1 de junio de 2009


Conquest Of The Planet Of The Apes

Dirigida por J. Lee Thompson













El multitudinario éxito obtenido por Planet Of The Apes en 1968, tanto en taquilla como en la apreciación de la crítica, llevó al productor del film Arthur P. Jacobs y a la casa productora – una 20º Century Fox bastante venida a menos por aquel tiempo - a plantearse rápidamente la posibilidad de crear una secuela que profitara del insospechado impacto que el film dirigido por Franklin Schaffner había producido en el público, sin importar que tanto el propio Schaffner como la película en sí (y hasta su protagonista, Charlton Heston) parecían haber dicho todo lo que tenían que decir sobre el relato original del francés Pierre Boulle que inspiraba a la película. Razón no les faltaba a las fuerzas creativas detrás del triunfo conceptual de Planet Of The Apes. Después de todo, ¿cómo era posible superar el masivo shock que representa el plano final de la película, una de las imágenes más icónicas de la historia moderna del cine? Schaffner rechazaría la oferta de dirigir la secuela, absorbido como estaba en crear su segunda obra maestra, Patton. Heston, por su parte, se resistía tenazmente a volver a su personaje, convencido que la historia - en lo que a él concernía, por lo menos - había llegado a su conclusión lógica y estaba, en consecuencia, finalizada. Conociendo como conocemos la cultura de negocios de Hollywood, la reacción a estos inconvenientes no debería de sorprendernos. No superes a la primera película, parece haber sido la respuesta de los ejecutivos del estudio a Ted Post, el eficiente artesano que finalmente se hizo con la dirección de la proyectada secuela, simplemente vete por la tangente. ¿El público te pide simios? Pues, invéntate algo y dale simios. Charlton Heston, cuya ausencia era inconcebible si se quería asegurar el éxito de la empresa, volvería finalmente para Beneath The Planet Of The Apes, - tras arduas negociaciones, de todas formas aún muy reacio y casi como un favor - para hacer dos breves apariciones al inicio y el cierre del film, pidiendo expresamente que su personaje, el cínico astronauta Taylor, muriera al final de la historia. Sin el director original, con una estrella decididamente reticente y un nuevo protagonista, James Franciscus, obligado a emular a Heston en presencia y look (si tal cosa es posible) para hacer la no presencia de Taylor más soportable, el golpe de gracia lo daría la reducción del presupuesto que obligó, entre otras tácticas, al reciclaje de los decorados de Hello Dolly (un reciente y costoso fracaso comercial de Fox a mayor gloria de Barbra Streisand) para algunas secuencias clave. Ante panorama tan poco auspicioso, no había mucha razón para el optimismo ante los potenciales resultados creativos de la esperada secuela. Y, sin embargo, si bien la decepción era prácticamente inevitable (y lo fue), Beneath obtuvo una excepcional respuesta en la taquilla que tomó por sorpresa a todo el mundo. Una saga había nacido.

Para ser justos, vistos los hechos y revisadas las películas que conforman la saga del Planeta De Los Simios, el asunto resultó ser creativamente bastante más digno que la desvergonzada premura por el dólar fácil (aunque no seré tan ingenuo como para asegurar que eso era lo que los ejecutivos tenían en mente todo el tiempo) que Beneath deja entrever. Ninguna de las secuelas al emblemático primer filme logró alcanzar el nivel de calidad de su hermana mayor, esa es una verdad abrumadora, pero siguen siendo un puñado de películas en general muy dignas, no obstante sus carencias. Para empezar, los recortes presupuestarios, un mal endémico de la saga, constantemente atentaron contra las aspiraciones de los distintos equipos creativos, lo que redundaba – con toda lógica - en películas no del todo logradas o bien ejecutadas. Las premisas argumentales permanecen inmensamente interesantes y a ratos, subyugantes en sus postulados e ideas, mas la ejecución siempre se quedó un paso atrás de las aspiraciones de los directores. Para ser totalmente sinceros, reducido el fenómeno al absurdo - para quien mira la saga ajeno al fervor del fan iniciado o fuera de los perímetros del catador del buen sci fi - el panorama se nos hace precisamente el de una burda movida comercial, sin mayores elementos redimibles. De hecho, Arthur P. Jacobs era un gran negociante, pues se había iniciado en la industria publicitaria (un yermo ético como pocos pueden haber) una experiencia profesional que mucho le sirvió a la hora de aportar fanfarria a sus productos cinematográficos. No obstante, Jacobs sentía gran orgullo y un afecto sincero por el universo al que había dado forma. Se preocupó de mantener la saga coherente y constante hasta donde le fue posible, muchas veces luchando cuesta arriba con el estudio. Y por eso no podemos dejar de estar agradecidos.

Por tanto, dado los antecedentes mencionados, no descubro el fuego cuando afirmo que la saga de los simios no está constituida por grandes obras del Séptimo Arte (con excepción del primer filme, por supuesto) pero sí está poblado por películas de matinée fabricadas con gran eficiencia narrativa y una no poca cuota de coherencia conceptual que - aunque afectada por ciertos tropiezos (algunos gruesos, otros menores) - enlaza todas las secuelas en un gran todo de estimable valor, mismo que invita a la continua revisión y el afortunado descubrimiento. Son ciertamente películas irregulares que varían su calidad, yendo de lo decepcionante hasta una cierta mediocridad, aunque siempre pasando por lo narrativamente funcional, y de ahí, por lo menos en una ocasión, a lo francamente excepcional. A veces, lo decepcionante y lo mediocre estuvo determinado por la intervención del estudio y el querer exprimir el jugo comercial más allá de lo lógico. En otros, simplemente el material no estuvo a la altura, mas la saga de los simios nunca resulta aburrida o narrativamente inerte y al menos en lo temático, aunque de forma algo ramplona y machacante, está plagada de ideas humanistas y pertinentes reflejos sociales que, a más de treinta años desde sus respectivos estrenos, no pierden ninguna fuerza o contemporaneidad. Incluso los conceptos sci fi a los que la saga se aferra como inspiración para sus historias están en ocasiones brillantemente utilizados y presentados, desmintiendo su propia condición de subproducto de ver y olvidar. Bajo un prisma superficial, estas películas son simplistas cuentos morales arropados de fantaciencia que enternecen por su inefable belleza moral, siendo al mismo tiempo poderosamente aleccionadoras gracias a las perturbadoras implicaciones que, de tanto en tanto, afloran de su necesariamente alegórica y maniqueísta dramaturgia. Si queremos ir un poco más allá, sin embargo, también podremos comprobar que, a pesar de su evidente imperfección, son también incisivos ensayos sociales que dicen más acerca de nuestra propia naturaleza como seres humanos de lo que normalmente quisiéramos admitir, alcanzando ribetes verdaderamente inquietantes en sus más logrados momentos. La verdad sea dicha, no está nada mal para un puñado de películas hechas con el afán de hacer dinero rápido y ser prontamente desechadas.

Llegarían a filmarse cuatro secuelas a la cinta original – todas producidas por Jacobs, quien moriría poco después de estrenado el último film – que, como se ha dicho, alcanzarían distintos grados de éxito creativo y con la única constante de estar producidas con presupuestos inversamente proporcionales al original. Ya desde las sorpresivas recaudaciones de Beneath The Planet Of The Apes, el balance comercial de los filmes de la saga siempre fue positivo sin importar lo irregulares que pudieran ser los filmes en sí. Ahora bien, no obstante el hecho que Beneath The Planet Of The Apes y la siguiente entrega, Escape From The Planet Of The Apes, aportaran clamorosas ganancias a las alicaídas arcas de un estudio que atravesaba un momento particularmente frágil en lo económico, Fox se mantuvo obstinadamente mísero a la hora de los presupuestos, lo que significó una evidente (incluso dolorosa) falta de medios a la hora de ejecutar los interesantes guiones del ensayista y poeta Paul Dehn, un literato cuya oscura visión de la experiencia humana dictaminaría poderosamente los temas humanistas y las subyacentes criticas morales y sociológicas que caracterizan a las secuelas, elementos teñidos de un amargo sabor a tragedia. Con la sola excepción de Beneath The Planet Of The Apes, que tuvo un presupuesto lo suficientemente holgado como para ocultar astutamente los recortes de producción, las subsiguientes películas tendrían un tufillo a producciones para televisión, bastante por debajo del calibre estético de la cinta original, a pesar de estar todas ellas filmadas en formato scope 2.35 y ser agresivamente publicitadas por la maquinaria Fox como grandes eventos de temporada. La iluminación plana, los repartos de actores principalmente salidos o destinados al mundo catódico y la ya anotada escasez de medios, hicieron poco por la estética y el empaque visual de estos filmes, cuyos exiguos valores de producción apenas las distinguían de los productos de serie B (más bien Z a principios de los setenta) destinados a los drive in. Estaban producidos de forma barata y se notaba, salvo en el apartado de los maquillajes simios de los actores principales (en Beneath son especialmente notorios algunos planos donde se ve con toda claridad que los extras llevan mal pergeñadas mascaras de goma en vez de estar apropiadamente maquillados). Esto no fue óbice para que la brillante alegoría que se anida al centro de estos cuentos morales, pudiera desplegarse con convincente fuerza a lo largo de la accidentada crónica de la ascensión simia y el fin de la civilización humana. Que los mensajes fueran primarios, tal vez poco sutiles, y las llamadas de atención a veces pontificantes, no quita que la saga de los simios sea, al final del día, una obra comercial de insospechado calibre humano.














Toda la saga está construida sobre un concepto muy apreciado por los fans del Sci Fi, la paradoja temporal. Tomando como referencia los hechos establecidos en Planet Of The Apes por los guionistas Michael Wilson y Rod Serling, Paul Dehn desarrolló una línea temporal minuciosamente anotada que justificaba los acontecimientos de cada capítulo subsiguiente, elaborando con bastante acierto los detalles de la paradoja. Salvo algunos saltos de fé – como el hecho de que la nave espacial comandada por Taylor en el film original fuera puesta en marcha por los técnicamente primitivos simios en Escape – y alguna inconsistencia argumental – el hecho de que un personaje simio adquiera espontáneamente el poder del habla en Conquest o que todos los simios ya posean el poder del habla apenas un puñado de años después de los sucesos de Conquest en Battle For The Planet Of The Apes, el fallido último episodio de la serie – la línea temporal diseñada por Dehn está muy bien concebida. Más aún sopesando el hecho de que los ripios antes mencionados estuvieron impuestos externamente a Dehn. Especialmente en Conquest, donde los productores buscaban un final más amable (sin mencionar una calificación potencialmente más comercial) para un argumento decididamente oscuro, violento y deprimente, para lo cual no dudaron en reorganizar el climax de la historia de forma bastante chapucera en post producción. Battle correría una suerte similar. Los conceptos postulados por Dehn para finalizar la serie seguían la línea oscurantista y violenta instaurada por Conquest, un tono que los productores reprocharon en busca de uno más liviano y familiar que apaciguara la preocupación de los padres – la saga siempre ha tenido gran aceptación entre los niños, huelga remarcarlo - ante la anterior muestra de nihilismo desplegada por Conquest. El guión original de Dehn para Battle fue sometido a una exhaustiva y deformante revisión. El resultado final - ninguna sorpresa, por supuesto - dejó bastante que desear, no obstante el profesionalismo y las buenas intenciones de los nuevos guionistas. Battle es generalmente considerada el capítulo menos logrado de la saga y la verdad apenas si merece una mención de valor como no sea el acostumbrado buen desempeño de Roddy McDowall bajo el maquillaje simio (primero como Cornelius, en esta ocasión como su hijo Caesar) o contar con un cameo de lujo en la figura de John Houston.

Si asumimos que Beneath es más bien una coda a la saga – recordemos que la película termina con la total y definitiva destrucción del mundo y, por tanto, la muerte de todos los personajes – podemos igualmente asumir que las verdaderas y más logradas secuelas a Planet Of The Apes se encuentran en el díptico Escape From The Planet Of The Apes y Conquest Of The Planet Of The Apes, siendo esta ultima, por coherencia temática, la verdadera conclusión de la historia. La premisa que dispara la paradoja temporal y permite la existencia de estas dos historias es ingeniosa, no cabe duda. Como ya mencionaba, tan sólo requiere un salto de fé de lo más excusable. Escape nos explica que mientras se desarrolla el climax de Beneath - que desemboca en la detonación de la bomba “Omega”, acabando con toda forma de vida sobre el planeta – la nave espacial de Taylor, con tres simios inteligentes como tripulantes, escapa al Apocalipsis nuclear definitivo al ser atrapada por la misma anomalía que llevara a Taylor y su tripulación humana al planeta de los simios. Con el rescate de la nave por las fuerzas armadas de los EEUU que inicia Escape y la revelación de que los astronautas son simios en un planeta de humanos (una brillante inversión de roles que homenajeaba el final original de la novela de Pierre Boulle) comienza la paradoja que iniciará la ascensión del simio por sobre el ser humano en la escala evolutiva. Escape posee un tono bastante amable que descoloca en un primer momento, es casi una comedia ligera durante su primera parte. Zira y Cornelius, los simios que ayudaban a Taylor en Planet Of The Apes, tienen aquí un protagonismo absoluto. El tercer simio - de hecho, el científico que había descifrado los medios de controlar la nave espacial, interpretado en un cameo por Sal Mineo – muere durante los primeros minutos de proyección, irónicamente a manos de un gorila. Es el único momento violento en una serie de episodios caracterizados por la farsa amable, haciendo abundante uso del viejo recurso del “pez fuera del agua”. Zira y Cornelius son recibidos con comprensible sorpresa y estupefacción por un mundo que ve la presencia de los simios inteligentes como un acto circense, un desfile de freaks inofensivos. Casi como una fábula infantil o una pieza fantástica de Frank Capra (hay una secuencia de juicio que no estaría fuera de lugar en un film de Capra), Escape nos presenta un escenario imposible de forma juguetona para revelarse, más tarde, como una espinosa e incómoda alegoría sobre la intolerancia y la persecución a lo que es distinto a la masa dominante.

Cuando Zira anuncia que está embarazada, la película se desvía hacia un escenario bastante más serio y menos dado a los simplismos. La ambigüedad de los estamentos de poder, de sus motivaciones intelectuales y morales se nos hacen, si no completamente condenables, totalmente despreciables en su educada intransigencia. El reflejo que Escape nos devuelve de nosotros mismos como especie no es nada amable. El establishment político-militar mira con recelo a los simios venidos del futuro – ¿podía ser de otro modo? – por el temor que una casi segura expansión de la inteligencia simia termine por cumplir las revelaciones de Zira sobre el eventual futuro de la raza humana, mismas que se le han extraído mediante drogas y subterfugio. La pareja de científicos asignados por el gobierno para estudiar a Zira y Cornelius, personajes que sí parecen aceptarlos como iguales, nada pueden hacer, a la larga, para evitar que los visitantes simios cumplan los roles que el destino les ha asignado y tan sólo pueden asistir como testigos impotentes de un drama ya escrito y sellado por la historia del mañana, acorde con los designios de una paradoja temporal. Conociendo de ante mano la conclusión de Beneath y tomando en cuenta la forma inteligente en que la comedia situacional y caracterológica en Escape ha dado paso al drama más desesperado, no es gran sorpresa que la historia termine en lagrimas. Un tremendo shock que los fans recibieron como un bofetón en la cara, la conclusión de Escape está en el antípoda de su inicio. La comedia se ha transformado en absoluta, descorazonadora tragedia.

Zira y Cornelius, personajes tremendamente queridos por el público y los fans, admirables en su ufana “humanidad” (la contradicción más hermosa en el corazón de esta saga) son tiroteados sin contemplaciones en una escena que no nos ahorra en absoluto la indignante brutalidad del hecho – el cuerpo agonizante de Cornelius que cae al vacío ante la mirada impotente de Zira y el plano del bebe simio acribillado a tiros son particularmente dolorosos – dejando la conclusión de la película como un amargo vacío emocional. Con mucho, lo único que da un breve respiro al acongojado espectador es el hecho de que el bebe de Zira no ha muerto, después de todo, y que el sacrificio de los personajes no ha sido en vano. Refugiados temporalmente en un circo regentado por el único ser humano totalmente admirable de toda la saga – el entrañable Armando, interpretado admirablemente por Ricardo Montalban – la pareja simia ha dejado a su vástago inteligente en los brazos de una chimpancé. El que el bebe tiroteado durante el climax sea, entonces, no tan sólo un ser indefenso sino también un inocente, hace doblemente indignante su muerte violenta. Otro sabor amargo que deja esta película emocionalmente extenuante. Con el bebe de la pareja a salvo, sin embargo, una luz de esperanza quedaba para la saga y para la civilización simia. Se produce aquí un desplazamiento de lealtades por parte del público indeciblemente irónico. Nos alegramos que, por lo menos, el bebe simio no haya sido aniquilado junto a sus padres. Pero su mera existencia, no lo olvidemos, implica la condena absoluta a la extinción para la raza humana. No puede haber duda al respecto, si nos atenemos al pesimista concepto de la inevitabilidad que Dehn usa en su paradoja. El que nos alegremos que la simiente de Zira y Cornelius haya sobrevivido es, básicamente, vitorear por nuestra propia extinción. Flor de ambigua contradicción que delata, quizás como ningún otro componente al interior de su narrativa, la subyacente complejidad de esta saga, en apariencia, tan liviana de propósitos.



















Mucho me temo que, si hemos de tomar el comportamiento de la raza humana en Conquest Of The Planet Of The Apes como barómetro moral, nos tenemos bien merecida la extinción. Es en este episodio de la saga, en particular, donde lo temático adquiere su punto más oscuro y nihilista. Y es también donde su calidad intrínseca adquiere, aunque brevemente, su punto más excepcional. Conquest es una gran película de ciencia-ficción, pero sobre todo es una fábula terrible que estremece atávicamente, con una fuerza inusitada, nuestra concepción de lo que significa realmente ese concepto, tantas veces recurrido en momentos de horror social, llamado derechos humanos. En Star Trek VI: The Undiscovery Country un personaje klingon dice durante una cena diplomática: “Uds siempre hablan de los derechos humanos... El concepto mismo es racista”. Conquest, estrenada dos décadas antes que Star Trek VI, nos dice exactamente por qué esto es así de una forma nauseabundamente perturbadora.

Conquest inicia su historia en 1991, luego de que un virus traído a la tierra por una misión espacial de rutina extinguiera a todos los perros y gatos de la tierra (una información salida de boca de Zira en Escape como mero detalle secundario y prueba de que, en términos arguméntales, Dehn se había tomado las cosas en serio con la consistencia entre secuelas). Faltos de las clásicas mascotas, el ser humano adopta a los simios como nuevos animales de compañía. Por un tiempo, la situación fue buena para las nuevas mascotas, hasta que los seres humanos se percataron del gran nivel de inteligencia de los simios e, instruyéndolos para tal propósito, empezaron a usarlos como fuerza de trabajo. La situación pasó rápidamente de simples servicios – barrer, llevar las compras, servir mesas, etc – a una condición de explotación y esclavitud mal disimulada, condenados a realizar todas las actividades ingratas de la sociedad moderna. En tanto, la misma sociedad humana ha devenido en un gobierno neo fascista de connotaciones estéticas muy próximas al nazismo, con una fuerza represora especialmente dedicada al control de los nuevos esclavos. La contraposición de colores en el vestir – los seres humanos usan ropas y uniformes de tonos perpetuamente oscuros; los simios llevan buzos de colores primarios: verde, rojo y naranja – nos sugiere ya que la raza humana está condenada, muerta en más de un sentido, en tanto que los simios poseen los colores de la vida. Es más, la coherencia conceptual no deja de sorprender. Ya la separación de clases en la sociedad simia comienza a tomar forma gracias a la codificación de colores. Los beligerantes gorilas llevan buzos rojos, los pacifistas chimpancés lo llevan verde – el color de la tierra – mientras los orangutanes usan el naranja. Hay otros detalles brillantes como el que, durante la revuelta, sean los gorilas quienes empuñen las armas en primera fila o que veamos a los orangutanes – establecidos como el estrato sabio de la sociedad simia en las dos primeras películas – trabajando en las librerías. La secuencia de apertura – muy bien concebida y presentada – nos muestra sin tapujos el obsceno nuevo orden de las cosas en esta distopia a punto de arder. El adoctrinamiento de los simios es despiadadamente inhumano, carente de cualquier justificación y abocado a la constante humillación.

En este deplorable panorama entra Caesar, el vástago de Zira y Cornelius, ahora adulto, pero sin experiencia de las realidades del nuevo orden y todavía al cuidado del admirable Armando. Durante los años de su crecimiento, Caesar se ha mantenido en silencio ante los extraños, ocultando su condición de ser único, usando el circo itinerante de Armando como refugio. La predestinación no tardará en ponerse en acción para situar a Caesar en el centro del proceso que le instaurará como el Mesias de un nuevo mundo. Cuando Caesar y Armando son testigos de la represión a golpes de un trabajador simio, Caesar no puede evitar verbalizar su indignación con un contundente ¡rastrero bastardo humano¡. Consternado, un nervioso Armando inventa excusas ante la policía, auto inculpándose mientras Caesar escapa del lugar. Ahora fugitivo y perdido, el joven simio debe ocultarse entre los suyos para evitar la captura – y una segura muerte como amenaza de la humanidad en su calidad de simio inteligente – situación que le lleva a ser criado del Gobernador Brock, un funcionario profundamente receloso de la posible comunión simia en contra de la sociedad humana. Mientras, Armando es llevado ante las autoridades para ser interrogado, sospechoso de albergar al hijo de Zira y Cornelius. Sabemos que la cosa no puede terminar bien. Sometido a tortura psicológica para revelar la verdad sobre Caesar, Armando prefiere suicidarse lanzándose por una ventana antes que delatar a su amigo. Con la muerte de Armando – tanto o más dolida que la de Zira y Cornelius – literalmente la brújula moral de la raza humana sale por la ventana y lo que nos queda no es más que la certeza de que las cosas irán a peor. Entonces, se produce el que quizás sea, interpretativamente, el momento más conseguido de todas las secuelas: el prófugo Caesar se entera de la muerte de su protector en una demostración de dolor crudamente desesperada que Roddy McDowall, cubierto de su grueso maquillaje simiesco, logra de todos modos transmitirnos con absoluta credibilidad. Un verdadero testamento a la calidad interpretativa de un actor muchas veces subestimado dado su humilde perfil y que, sin embargo, siempre brilló con una luz especialmente lúcida en los papeles que le tocó interpretar a lo largo de su carrera, especialmente en esta saga. Los bufidos primordiales de Caesar y sus ojos llenos de dolor conforman un devastador momento emocional, genuinamente conmovedor.

Conquest es una película controvertida por su violencia desatada (que incluye tortura por electrocución, gráficos primeros planos de heridas de bala y linchamientos), profundamente pesimista y tan internamente coherente consigo misma, tan dispuesta a ir hasta las últimas consecuencias creativas de su postura, que su nihilismo expresionista hace derivar su original postura de ciencia-ficción hacia un híbrido relato de fantaciencia y verdadero horror. La analogía entre la agonía de la población simia - con sus insufribles vejaciones y su posterior revuelta liberadora - con los dantescos desordenes sociales en los barrios de clase baja de gente de color que acontecían en aquellos mismos momentos en las calles de los EEUU no puede ser más clara. La población afro americana, de hecho, abrazó la alegoría social de El Planeta De Los Simios, y en especial la de este episodio, con un entusiasmo revelador. Uno de los temas más evidentes dentro del film es la injusticia de la esclavitud y de como una acumulación de humillaciones puede reventar en oleadas incontenibles de justificada indignación, una postura en total sintonía con las reivindicaciones sociales de los estratos pobres de la población de color norteamericana y la radicalización de algunos de sus representantes, como las Panteras Negras. Cuando MacDonald, el asistente del Gobernador Brock, se alinea con la postura de Caesar llevado por una iluminación ética, negándole la lealtad al gran villano de esta función y corporización de todo lo detestable en la raza humana (Brock es un reaccionario despreciable y paranoico, interpretado con gran entrega y convicción por Don Murray) primero interviniendo en secreto para frustrar la ejecución de Caesar y luego dejándole en libertad para cumplir su destino, el detalle de que el personaje sea precisamente un hombre de color no se le puede escapar a nadie con dos dedos de frente. Que, aún más, el personaje esté encarnado por Dani Rhodes, veterano del film de Samuel Fuller Shock Corridor en el que interpretaba a un hombre de color demente que se creía miembro del Ku Klux Klan, es otro detalle que resulta doblemente revelador para el espectador. Se me hace difícil pensar que ese casting en particular sea al azar. Y a pesar de que el personaje de Rhodes, básicamente, está traicionando a la raza humana con sus actos, la imagen que nos queda de él es la de un ser humano redimido en lo moral y consecuente con lo que considera justo y correcto.












Ya hemos advertido que la saga de los simios no es precisamente sutil en sus mensajes, pero cuando el martilleo es tan apasionadamente sincero, no podemos culparlo por exceso de celo. La película incluso sugiere subrepticiamente que los actos de MacDonald ni siquiera son dictados por la lógica, sino por motivaciones más primarias, atávicas casi. Las palabras que Caesar usa para apelar al sentido de la decencia en el personaje – “Tu más que nadie deberías saber de lo que hablo” – revelan mucho en este sentido. Es una declaración, dotada por J. Lee Thompson de una sutil solemnidad, que no deja lugar a la duda sobre la identificación que Rhodes siente hacia Caesar y los de su especie y que debió haber sacado espontáneas lagrimas en más de algún espectador de la época. Aún hoy resuenan con una potencia moral difícilmente soslayable y el enfrentamiento verbal entre los dos personajes, en ese momento crucial de la historia es, lejos, el de mayor hondura en toda la película. El descendiente de esclavos que, naturalmente, reconoce la ignominia de la sumisión forzada es uno de los aspectos más decididamente fascinante del argumento de Conquest. Si lo unimos a la radicalización en las posturas de Caesar, que le acercan bastante a Malcom X, la alegoría queda completa.

Unas cuantas líneas antes, hablaba de la ciencia-ficción transmutándose en horror. Es del todo cierto. La conclusión de Conquest es una secuencia de horrores que embarga, aturde los sentidos. Con las fuerzas rebeldes simias en posición, expertamente orquestadas por Caesar, el enfrentamiento entre hombre y simio es inevitable. También es tremendamente brutal, por lo menos en el montaje original. Brock, viendo el fin del mundo en ciernes, utiliza toda la fuerza en su poder para suprimir la revuelta, los resultados son sangrientos a un punto que resulta inquietante en una película perteneciente a una saga vista por el público con ojos indulgentes, como inocentes distracciones pasajeras. Los consternados padres que llevaron a sus hijos a una proyección de Conquest debieron sentirse bastante incómodos, a pesar de los cambios que el estudio ya había introducido en el material para el momento que la cinta llegó a las pantallas comerciales. Llegamos a un punto delicado puesto que fue precisamente la excesiva violencia del montaje original (dada la potencial calificación por edades y la percepción general de la opinión pública sobre la saga) lo que sugirió a Fox el modificar la película, en especial las secuencias finales, para suavizar el considerable impacto de una historia por lo demás chocante. Los cambios fueron drásticos y – acorde con el presupuesto – bastante ramplones. De entrada, introducían una grave falla en el tapiz lógico del guionista Paul Dehn. En el transcurso de la historia, Caesar se hace de un interés romántico – Lisa - que, claro está, es una chimpancé normal. En el montaje para cines, Lisa – de manera totalmente arbitraria dentro de la historia – gritaba, en el momento culmine de tensión narrativa, un melodramático “¡No¡” para evitar que la sed de venganza de Caesar y sus tropas derive en un baño de sangre humana. Este cambio no se toma la molestia de justificar lógicamente el hecho de que Liza haya adquirido el poder de la palabra. Es un “deus ex machina” de puro parche. Temperado entonces por la intervención de Lisa, Caesar se emplea en un discurso sobre la piedad ante el caído y la necesidad de no caer en los errores del pasado. Es un final tan falso, dado lo que hemos visto con anterioridad, como el método que se usó para llevarlo a cabo. Se aprovecharon primeros planos de Caesar – donde no vemos sus labios moverse, tan sólo vemos sus ojos – a los cuales se les superpuso un nuevo soundtrack con el ahora conciliador discurso pro paz, grabado por Roddy McDowall en una apresurada sesión con los ingenieros de sonido. El feroz y brutal final del Gobernador Brock fue también eliminado del montaje usando el burdo recurso de hacer retroceder los primeros fotogramas de la secuencia donde se ve a los gorilas masacrándole con sus fusiles, de manera que se aparenta que los gorilas desisten de su intención en vez de cumplirla. Huelga decir que estas modificaciones atentaban completamente contra la película. Severamente dañada en su lógica interna, Conquest fue estrenada con estos cambios.

Pues bien, el final original de Dehn y Thompson mostraba la triunfal revuelta de los simios –perpetrada, literalmente, a fuego y sangre - concluyendo con un largo y enervado discurso de Caesar, vitriólico hasta el punto de hacer tambalear nuestra solidaridad con el personaje, que auguraba lo peor para nuestro futuro. El rol de Lisa es el de impotente testigo. Como remate a cualquier posible duda sobre algún futuro acuerdo hombre-simio sobre cohabitación pacífica (el recurso facilista que destruiría buena parte de la coherencia de Battle), Caesar permite que Brock sea masacrado por los gorilas que llenan las filas de su ejercito, en un linchamiento off camera que no por ello resulta menos brutal. La imagen final de Conquest es un primer plano de Caesar iluminado por los fuegos de un infierno de su propia creación, prácticamente llevado a un paroxismo demente por la fuerza de su rencor hacia la raza humana (la expresión de su rostro está desprovista de toda piedad), mientras escuchamos los gritos de los gorilas, excitados por la sangre derramada. El hijo de un pacifista transformado en profeta del Apocalipsis. El horror del momento es tan profundo y absoluto como brillante la cúspide temática que alcanza la saga en ese mismo punto. Rescatado del olvido, gracias a la maravilla del Bluray, luego de décadas de vegetar en las bodegas del estudio, el montaje original de J. Lee Thompson – un artesano brillante que en sus mejores momentos pudo orquestar thrillers magníficos como la original Cape Fear o espectaculares cintas de aventura del calibre de The Guns Of Navarone – puede ahora mostrar el pesimista enfrentamiento hombre-simio como en verdad se concibió, de una manera que no escatima la sangre (incluso con disparos a la cara en primer plano), linchamientos y una conclusión tan anímicamente aterradora que el eventual destino del hombre dentro de la saga se nos hace una certeza. Una acumulación de atrocidades y pesimismo que, francamente, sigue resultando inquietante a más de tres décadas desde su abortado estreno y que, como podrán imaginar, resultaba mucho más tópica entonces, tomando en cuenta el panorama social imperante en la época. No es desconcertante que el estudio quisiera suavizar la película, sobre todo por la nueva óptica que adquiría el personaje de Caesar, mutado por la predestinación de la más pura inocencia a la estatura de un líder rebelde lleno de furia y veneno. En cualquier circunstancia, un cambio nada fácil de encajar y uno de los aspectos más perturbadores al interior de la narrativa de Conquest . Tal vez demasiado terrible para un público de matinée, pero en tanto que coherente con sus propias intenciones expresivas y, más importante, con la historia de que es parte, Conquest es un filme excepcionalmente bien hecho, apenas traicionado por su humilde puesta en escena (un obstáculo al que logra sobreponerse, de todos modos, por la mera fuerza de su parábola) y que sabe tocar expertamente los puntos sensibles del espectador para remecer su sensibilidad.

Si inclusive en su versión truncada, Conquest era una película poderosa, pueden estar seguros que el recuperado montaje es tanto más potente e inolvidable en su clímax original y aporta a la película, como un todo, un nuevo peso específico de admirable consistencia. Una obra de ciencia-ficción tan ajustada y pertinente en su alegoría social como profundamente perturbadora en su visión de los oscuros y atávicos mecanismos conductuales que se ocultan en nuestra, supuestamente, iluminada naturaleza, Conquest Of The Planet Of The Apes es una de esas grandes películas de serie B que desafían modas, estéticas y esnobismos analíticos para mantener su estremecedor mensaje eternamente vigente e incólume al paso del tiempo. Tras experimentar los sucesos de Conquest, de todas las advertencias contenidas en la saga del Planeta De Los Simios, la que se nos hace más lúcida es también la más devastadoramente contundente para nuestra conciencia: “Cuídate de la bestia llamada hombre...”

9 de mayo de 2009


Star Trek
Dirigida por J.J. Abrams














Pocas veces en mi vida he estado más feliz de que me prueben estár en un error. Desde los primeros rumores que apuntaban a un reboot – por lo demás necesario – de la franquicia Trek, que apuntaban a rescatar la juventud de los personajes de la serie original, dirigida además por el creador de Felicity y Lost, J.J. Abrams, afirmar que mi escepticismo con respecto a tal proyecto era desproporcionado es decir poco. Principalmente por que la figura de Abrams, a diferencia de una buena parte del fandom televisivo, no despierta en mi persona lealtad o adoración alguna gracias a lo poco catódico que me he vuelto con los años. Alias era una serie resultona, pero nada del otro mundo. Lost partió con una premisa sumamente prometedora para luego, por meros requisitos comerciales (no matemos la gallina de los huevos de oro), enredar la madeja innecesariamente hasta extremos ridículos y francamente molestos. En ocasiones, funciona. En otros, la mayoría, aburre y frustra. En cuanto a Felicity, ni fu ni fa de mi parte. De Fringe, no puedo opinar por que no ha pasado por estos ojos (le doy el beneficio de la duda). La cosa es que, como pueden ver, Abrams no es vaca sagrada en mis registros, a pesar de que el tipo obviamente tiene talento, buenas ideas, sabe escribir historias con gancho y (como poco) logró sacar a la franquicia Mission Impossible de la mediocridad definitiva.

A pesar de mis reticencias, los primeros trailers de Star Trek picaron el interés y la curiosidad de este fan de vieja escuela, con su mezcla de reverencia (el plano de Spock haciendo el saludo vulcano como coda a uno de esos trailers aún me produce escalofríos de emoción) y radical facelift (el nuevo puente del Enterprise, la lozanía de los rostros, el radical enfoque visual). Luego, los comentarios empezaron a extenderse por la web. Con cada nueva lectura, muy a mi pesar, me entusiasmaba más y más. No atinaba a dilucidar el por qué cuando la lógica me decía que debía sospechar de todo el asunto. Por meses no logré identificar que era lo que me emocionaba tanto de esas imágenes y esas primerizas muestras de apoyo de la prensa especializada en un producto sin terminar. ¿Sería la mezcla de lo instantaneamente reconocible con aquellos momentos alucinantes producidos por las innovaciones de Abrams? Quizás.

Tal vez era algo menos evidente. Algo más profundo que el simple asombro de ver una versión pulida y ultralujosa de aquellos humildes personajes televisivos que tanto he llegado a querer a lo largo de los años y que tan buena compañía me han hecho en momentos dificiles. Con la película en cartelera por fin he dilucidado este misterio, siendo el quid de la cuestión bastante evidente para quienes me conocen en lo personal. Este “nuevo” Star Trek me ha hecho sentir como un niño otra vez. Esa es la simple (y no tan simple) verdad. Estos meses previos era el niño dentro de mi el que saltaba de entusiasmo, el que azotaba las puertas de mi alma con ambos puños, el que luchaba denodadamente contra mi recelo. El mismo Pablo de 12 años que corría desde el colegio a casa (y eran unas cuantas calles, creánme) bamboleando ridiculamente la mochila llena de libros y cuadernos, casi sin aliento, para no perderme las reposiciones al mediodía de “Viaje a las Estrellas” en un canal que ya no recuerdo. El mismo que se tragaba las lagrimas a duras penas con la muerte de Spock en The Wrath Of Khan, a la misericorde oscuridad de un cine muerto hace ya muchos años. El mismo niño con la cabeza llena de aventuras soñadas y un Enterprise Corgi en la mano - que llevaba consigo a todos lados, atesorado como oro en paño - y un Kirk Mego que, veterano de mil aventuras, andrajoso y algo mutilado, todavía tiene un lugar de privilegio entre mis tesoros. “Ah, eso era” - me dije, sentado en mi butaca, rodeado de gente de cuarenta para arriba vestidos con uniformes de la Federación - “ya veo”. “Es Star Trek, después de todo. Es James T. Kirk, Spock, Bones McCoy, Uhura, Scotty y Chekov. Eso es lo que picaba mi interés entonces y me hace feliz ahora. Son mis viejos y leales amigos que vuelven a visitarme. Soy yo con los ojos llenos de maravilla. Ahora entiendo”.




Nuevos rostros, misma magia





Mi sorpresa es mayúscula, no me avergüenza reconocerlo. El Star Trek perpetrado por Abrams no sólo resucita para el nuevo milenio - de forma practicamente magistral - uno de los grandes mitos socioculturales del siglo pasado, es también una excelente película de aventuras espaciales como no se veía desde hace un largo tiempo. Tremenda, obscena, ridículamente entretenida, ejecutada con nervio, inteligencia y un chispeante respeto por los conceptos originales de Gene Rodenberry (me pregunto que pensaría Rodenberry de este renovación de su obra más querida) y, al mismo tiempo, con la suficiente osadía creativa para remecer los cimientos del canon con un par (o más) de vueltas de tuerca totalmente inesperadas, este Star Trek 2009 es una aventura sci fi, definitivamente, bella y admirable. No seré tibio al respecto. Star Trek es una experiencia cinematográfica igualmente regocijante para los enterados y los recién llegados, un espectáculo colorido, excitante y pleno de sugerentes potencialidades a desarrollar y explorar. Estética y creativamente funciona de manera soberbia de cara a la nueva platea que poco o nada sabe sobre el universo Trek y practicamente sin ripios de importancia que mengüen su poder de atracción sobre las nuevas legiones de fans (que las habrá, sin duda). Sin mencionar que se las arregla – casi sin solución de continuidad - para no ofender o alienar a los amantes de la vieja guardia, a quienes se nos pide tan sólo una pequeña cuota de fé y – lo más importante - un sentido intacto de la maravilla para poder apreciarla en toda su acojonante magnificiencia (es error de ortografía, pero he decidido que esta palabra me la acabo de inventar por accidente. Magnificiencia, dícese de la ciencia que es magnífica. Toma eso). Star Trek es un perfecto reboot que abre un viejo universo a nuevas, fascinantes e infinitas posibilidades.






Welcome back, fellas...
Where have you been all this time?




Como cine tal vez no sea tan endemoniadamente perfecta, pero los pocos y muy menores criticismos que se le pueden hacer en términos de tono y guión son más bien benignos (no estropean la diversión en absoluto). En un contexto general, sería como indicar con el dedo granos de arena en una alfombra recien barrida. Pues, sí. Star Trek es todo un triunfo de concepción y ejecución, si bien no puede evitar pisar un par de palitos en el camino a ese triunfo. Partiendo por el uso de unos de los plot device más recurrentes dentro de la franquicia – el viaje en el tiempo y la paradoja temporal – pasando por la impecable recuperación de los personajes – vistos bajo una nueva luz, pero intrínsicamente iguales – y los toques de humor – mucho más orgánicos a la historia y a las personalides de nuestros héroes - hasta la dinámica del villano de la función – cegado por la venganza de una manera tragicamente humana – todos los ingredientes que hacen de Star Trek lo que siempre ha sido y la convierten en un concepto tan inmediatamente apreciable, están presentes y debidamente anotados (corregidos incluso, cuando ha sido necesario). No hay queja a este respecto. Es sólo cuando analizamos un poco la película después de experimentada (tratar de hacerlo durante el visionado es tarea imposible, la película es una montaña rusa de emociones y situaciones de infarto) cuando el único – el único – asomo de recelo se hace presente.

Al final del día el Star Trek de Abrams es una gloriosa space opera – toda ella aventura y excitación, brillantes colores y sónica fulminante – pero en ese innegablemente adictivo nuevo panorama queda la sensación de que hemos visto, y esto me duele un poco confesarlo, un Star Trek lite. Un Star Trek donde lo cerebral ha cedido preeminencia a lo espectacular. Es una incomoda espina de la que no habrá manera de deshacerse hasta que la inminente secuela - una que, claro está, espero con ansias - me demuestre que la disquisición filosófica y la sensible introspección humanista - elementos tan caros a Star Trek, quizás los más importantes de su geografía caracterológica - también tienen su lugar en este nuevo universo. En el peor de los casos, si el discurso intelectual ha de ceder un paso en favor de la aventura pura y dura, tampoco es tanta tragedia ni precio tan caro, si el resultado asemeja o supera – por pedir que no quede – los resultados de esta actual empresa. Pero eso es el futuro. De momento, quedémonos con la satisfacción exultante de haber visto una película de aventuras preciosa, brillantemente facturada. Una historia de origen que se sostiene por sí misma y no le debe nada a nadie, como no sea a su propio legado y leyenda (conceptos de complicada manipulación que, diría yo, pueden respirar aliviados). La lozana corporización de nuestros viejos amigos – el nuevo elenco se calza unos zapatos considerablemente grandes con una gracilidad sorprendente - con su nuevo y reluciente futuro, está aquí para quedarse. El gigante dormido ha despertado, por fin. Las perspectivas son maravillosas, prometedoras de la mejor manera posible. Y este viejo fan es feliz por ello. Gracias a Paramount, por no dejar morir nuestros sueños y gracias Sr. Abrams, por que se ha lucido. Sobre todo, gracias Star Trek por devolverme la fé y la maravilla, que dormían contigo el sueño de los justos. Live long and prosper, indeed.