31 de julio de 2008


The House of Mirth

Dirigida por Terence Davies





Tomaré ventaja del estreno de X Files: I Want to Believe, para recomendarles una cinta que no puede estar más lejos, tanto en temática como ejecución, de la producción de Chris Carter, pero que tiene como punto de contacto el protagonismo de Gillian Anderson.

The House of Mirth es una adaptación bastante fiel de la novela del mismo título y nacida de la pluma de Edith Wharton, renombrada escritora de comienzos del siglo XX. Los textos de Wharton, aclamados por su finura psicológica y el acertado retrato que hace de la alta sociedad norteamericana de su época, han sido adaptados al cine en otras ocasiones. El más reconocido por el público es, con seguridad, el soberbio trabajo que Martin Scorsese desarrollara en la traslación de La Edad de la Inocencia, obra que es perfecta compañía para la película que hoy me ocupa. Los temas que motivaban las mejores obras de Wharton están tratados en ambos films con maestría y sensibilidad.

Los rígidos códigos de conducta morales y sociales, muchas veces mascaradas de una gran hipocresía, por los que se rigen los miembros de estas castas privilegiadas, son la causa de las tribulaciones que acosan a los protagonistas de los trabajos de esta escritora. Dictaminan sus decisiones, coartan sus libertades y constituyen el tribunal en que son juzgadas sus trangresiones. En sus mejores novelas, Wharton nos presenta tanto a personajes como situaciones en una suerte de reveladora radiografía que, poco a poco, nos devela las progresivas capas de pretensiones y apariencias, ambición política y social, juegos de manipulación y subyugo, por los cuales la pretendida realeza americana de aquellos años alzaba o destruía a los suyos.

Ejemplar ejercicio de adaptación, The House of Mirth toma la primera novela que Wharton escribiera sobre la alta sociedad a la que ella misma pertenecía y traves de la sensible dirección de Terence Davies convierte esta producción en un relato trágico acerca de la caida de una de estas damas de alcurnia. La opción de entregar este demandante rol a Gillian Anderson, quien en el momento de la producción de este film sólo era conocida por su trabajo en X Files, no puede calificarse de otra manera que de una desición atrevida. Sin embargo, Anderson dejó a todo el mundo con la boca cerrada, incluyendo a quien esto escribe. Su trabajo es absolutamente impecable y si bien la película es notable en su conjunto, es muy cierto que el retrato, a un mismo tiempo orgulloso y dolido, que Anderson hace de su personaje, elevan este film a otro nivel.

Lily Bart es el típico producto de mujer que una sociedad aun victoriana podía entregar. Si bien el relato está ambientado en 1905, los rancios ambientes y el cuidado esplendor de las fortunas del viejo siglo siguen teniendo un lugar preponderante en este naciente siglo XX, dominado por el incipiente industrialismo y la llegada de los nuevos ricos nacidos a su amparo. Lily solo tiene una misión en la vida: casarse. Toda su educación y las presiones sociales la empujan a ello. Y por supuesto, su futuro marido debe ser un hombre de impecable reputación e ilimitados recursos. Por eso, pese a sentirse fuertemente atraida por la figura de un joven abogado, decide no seguir el curso de sus sentimientos y cumplir con lo que se espera de ella. Lily no es un personaje inmaculado. Wharton se cuida mucho de no crear una virgen vestal, sino una mujer compleja, real. Las fallas de su carácter – el gusto por el lujo, la comodidad y el gasto sin medida – son inherentes a su condición de perla de la clase social a la pertenece. Agravadas aún más si cabe por una gran ingenuidad y un obstinado apego a los mismos códigos sociales que terminaran por traicionarla.

Relato trágico por excelencia, todos los movimientos y planes de Lily están condenados al fracaso y su desafortunada incapacidad para maniobrar entre las intrigas que pretenden hundirla – nacidas de los celos que su belleza despiertan en las mujeres de su círculo y los típicos deseos masculinos de posesión – ocupan buena parte de los episodios del film. Lentamente, vemos como la posición privilegiada de la protagonista comienza a diluirse y con cada decisión errada, con el constante empeño de no ceder a las tácticas de sus enemigos, Lily va condenandose a sí misma a una posición insostenible. Ni siquiera el gran amor de su vida puede hacer algo por ayudarla – él mismo vergonzosamente constreñido por la red de obligaciones sociales – y es tan sólo en la figura de un nuevo rico – un naciente estrato social detestado por la alta clase, pero aceptado por mera conveniencia económica – que a Lily le es ofrecido un sincero intento de ayuda. Por supuesto, Lily lo rechaza. No por no ser capaz de darse cuenta de su propia situación desdichada, si no por la siempre presente regla del pundonor y el orgullo de estirpe.

Por tanto, es esta la crónica amarga del triunfo de una sociedad sofocante por sobre los gritos inutiles de individualismo de sus protagonistas. El destino final de esta relato no es ninguna sorpresa, pero es en la constatación indignante de lo que está dispuesta a hacer una casta social para destruir a quienes se escapan a su molde, donde reside la fascinante atracción de esta historia. El último acto de esta película es apabullante en el insoportable martirio que hace vivir a su protagonista y del que somos incomodos testigos. Para cuando Lily hace una fútil y ultima visita a su amado, toda máscara de orgullo ha caido y el momento de su confesión existencial es de un patetismo desgarrador.

Nuevamente, es necesario recalcar el estupendo trabajo de Gillian Anderson. Sin ella en el rol principal, esta película no sería lo que es. Su trabajo es realmente brillante e iluminador de su verdadera calidad como actriz. El trabajo actoral del reparto que la acompaña es excepcional y destaca entre ellos los rostros de Dan Aykroyd – el comediante protagonista de Ghostbusters da aquí una muestra contundente de sus capacidades dramáticas en un rol de lo más despreciable - , Laura Linney (la falsa esposa en The Truman Show) igualmente despreciable como la principal arquitecta en la caida de Lily y Eric Stolz (The Fly II) como el gran e inaccesible amor de su vida.

No engaño a nadie. The House of Mirth no es una película que apele a la platea descerebrada. Es un relato adulto, de ritmo pausado y cuyos diálogos, exquisitamente escritos, llevan la batuta del drama. Es también una película de gran belleza visual, filmada con elegancia y un impecable sentido de la composición. Si no gustan de las piezas de época o la idea de ver a dos mujeres conversar largamente en un jardin de principios de siglo no les resulta atractiva, entonces, sinceramente, no les puedo recomendar esta película. Si, en cambio, disfrutan con un drama bien escrito, actuado y narrado, independientemente del tiempo en que transcurra, entonces The House of Mirth es una opción extremadamente válida. Si son fans de Gillian Anderson...pues, entonces, es de visionado obligatorio. Ella es el corazón de esta olvidada obra maestra. Vuelvo a repetir, su trabajo en esta cinta es extraordinario.