13 de febrero de 2009


Flash Gordon
Dirigida por Mike Hodges









“Oh, Flash, I love you ¡But we only have 14 hours left to save the earth!”






¿Puede considerarse el Flash Gordon producido por Dino de Laurentiis un clásico? ¿Ese Flash Gordon cuyo diseño de arte parece haber salido de una fiesta de Halloween del Studio 54, con penosos efectos especiales y cuyo reparto se dedica a sobreactuar como si en ello se le fuera la vida? Pues sí, a pesar de esas verdades (y no en poca medida, debido a ellas) Flash Gordon puede considerarse un clásico con todas las de la ley. Aunque uno que cae en una categoría bastante particular, aquella de los placeres culpables que contra todo pronostico (e inexplicablemente) superan sus propias aullantes limitaciones para erigirse en puro y grandioso cine. En alguna otra entrada de este blog he declarado ya mi cariño por los serials de antaño y en particular lo mucho que le debo al Flash Gordon de Buster Crabbe en el desarrollo de mis posteriores gustos por la ciencia-ficción, la fantasía y los mitos heroicos. Por tanto, de entrada, mi crédulo yo de 1980 tenía una fuerte inversión emocional en este film, sobre todo en la fecha de su estreno, un momento en que tenía aún muy frescos mis recuerdos de aquel primer Flash de los Serials. Fue una sabia inversión por mi parte, si me disculpan la pretensión. Casi tres décadas más tarde, mi fascinación hacia esta película sigue inalterable. Cualquiera pensaría que los ojos de mi yo adulto estropearían la magia resultona de su imperfección, pero no es así. Claro que ahora puedo ver más definidamente sus galopantes defectos, es cierto. Pero, como me gusta decir, eso es parte inherente de la diversión. Esta película aún me llena de una alegría y una emoción exultantes cada vez que la veo.

Semanas antes del estreno, el espectacular afiche de la cinta adornó aparatosamente el vestíbulo de mi cine de barrio y yo solía ir a pararme frente a su embrujante despliegue de imágenes por horas, literalmente babeando, sólo para grabar su geografía iconográfica en mi memoria (solía hacer esto con todas las películas que me interesaban, el gerente del cine debe haber pensado que yo era autista). En lo que a mi concernía, el estreno de Flash Gordon era algo así como la segunda venida de Cristo (ah, que bonita es la niñez) y con apenas diez años, poco importó que la critica destrozara la película o que la gente prefiriese ignorarla o burlarse de ella. Como se dice por estas latitudes mediterráneas, yo flipé con Flash Gordon. La disfruté enormemente. Ya saben... como cabro chico, por que resultó ser una traslación muy fiel del estilo visual del serial, sólo que esta vez la acción era en espectaculares colores y mucho más abundante en medios. Y porque, admitámoslo, era (sigue y continuará siendo) lunática, ridículamente entretenida. Incluso lo único que no me convenció del todo en aquel momento – los tan denostados efectos especiales, malcriado como estaba yo después de Star Wars y Superman, The Movie – analizado con la perspectiva de los años es también un elemento en total sincronía con el ejercicio de nostalgia camp orquestado por Hodges. Hilarantemente mala y maravillosamente estupenda a la vez, Flash Gordon es un placer culpable único en su clase.

Seamos sinceros, todos hemos sucumbido en algún momento de nuestras cinéfilas vidas a las delicias de un placer culpable, pues de una u otra manera la fascinación que nos producen es mucho más fuerte que nuestro sentido común. A veces pecamos de snobs y denigramos a estos productos en público, cuando lo cierto es que tenemos copias para nuestro disfrute privado en los rincones menos evidentes de nuestras colecciones. Por suerte, he desarrollado una saludable falta de prejuicios hacia estas genuinas cajas de sorpresas, pues los placeres culpables cinéfilos ayudan, en buena e importante medida, a definir nuestros mapas mentales de referencia a la hora de acometer juicios de valor sobre el cine más “digno” o “valioso” que normalmente consumimos. Esta versión de Flash y sus aventuras es ciertamente una obra cuestionable, una producción sólo parcialmente lograda y con más de un flagrante defecto de ejecución (si bien está lejos de ser el desastre total que muchos críticos quisieron ver en ella, como suele ser el caso con los placeres culpables) por lo que es un gusto adquirido. En cambio, sí es, del todo, una película sobresaliente en su indomable estética y sumamente divertida (a propósito y no) en su pueril encanto de matinée trasnochado. A veces, estimados lectores, todo lo que hace falta para disfrutar de una cinta como Flash Gordon es tener las agallas de decir “esta película está muy cerca de ser una santa tontería, pero que me corten las manos si no es la tontería más entretenida que he visto en mi vida”. ¿No les pasa a Uds. de tanto en tanto? A mí me pasa a menudo.






Max Von Sydow emulando a Charles Middleton con soberana maestría




Tampoco me molestó demasiado que la producción fuera una apuesta descarada por parte de De Laurentiis por subirse al carro de los éxitos galácticos de George Lucas (el palacio de Ming perfectamente podría ser un sector de la Estrella de la Muerte), curioso caso puesto que Star Wars, grandiosa y todo, no fue más que la obligada respuesta creativa de Lucas al no poder adquirir en su momento los derechos de Flash Gordon. Que duda cabe, el cine vive constantemente robándose a sí mismo. Había pasado un tiempo considerable desde la última vez que me dejé arrastrar por esta versión de los mitos de Flash y, como en tantas otras ocasiones, no me arrepiento en absoluto del tiempo invertido en el proceso de verla de nuevo, hace apenas unos días. Desde todo punto de vista lógico, esta película no debería funcionar tan bien como lo hace dados sus defectos. Y, sin embargo, ahí está incólume para burlarse de todos los críticos pretenciosos del mundo. Estéticamente excesiva, muy dada al humor “tongue in cheek”, simple como unas palomitas de maiz, Flash Gordon es, de todos modos, una pasada de cine imperecederamente entretenida - no conozco a nadie que se atreva a decir que se aburrió viéndola – y una muestra notable de lo mejor del cine en tanto que herramienta de escapismo. En mi particular libro de la vida, en el cual el cine es en primer lugar espectáculo y luego arte, eso ya es un considerable mérito.

La cinta de Hodges (director no carente de cierto interés, suyas son Get Carter y Pulp, estelarizadas por Michael Caine) rescata la etapa originaria del personaje elaborada a partir de 1934 por su padre creativo, el sin par dibujante y guionista Alex Raymond, para las tiras de prensa dominicales de la editorial King Features. Nacido como una competencia directa al rey de las strips en ese momento, el también aventurero espacial Buck Rogers, la creación de Raymond pronto adquiriría una notable repercusión, siendo eventualmente trasladada a todos los medios populares conocidos. El primer serial sobre este primigenio aventurero - de 13 episodios y producido por Universal - llegaría en 1936 titulado simplemente Flash Gordon. Le seguirían dos tandas de episodios más, Flash Gordon’s Trip To Mars (1938) y Flash Gordon Conquers The Universe (1940) todos protagonizados por Buster Crabbe y posteriormente comprimidos para hacer de ellos filmes de estreno en mercados extranjeros. Un dato interesante para los libros: aunque ejecutados de forma más bien humilde a nuestros ojos modernos, los serials de Flash están considerados los más caros producidos en la época - supuestamente 350.000 dólares por episodio - una verdadera fortuna para un género tan sistemáticamente precario de medios y una muestra elocuente del considerable prestigio de la tira de prensa a todo nivel. Cualquiera que se detenga un momento a comparar la estética de la página impresa, los serials y la película, comprobará que los dos últimos son muy fieles a los diseños barrocos y retro futuristas que caracterizaban la mejor etapa creativa de Raymond y que ha hecho de su obra una referencia obligada, tremendamente influyente, en la ciencia-ficción del siglo XX. En tal aspecto, la recuperación estética del diseñador de producción Danilo Donati para la película es perfecta. Sus naves espaciales, el diseño de armas y atrezzo y el recargado vestuario mezclan desvergonzadamente los bellos diseños originales de Raymond con una estética discotequera kitsch muy de su tiempo. El resultado es un delirio visual de proporciones que escapa por completo a los confines de la época y que deviene un despliegue estético insólito e irrepetible, por decir poco.

La película, a diferencia de la horrorosa seria televisiva estrenada hace poco tiempo, visualmente demuestra - a pesar de la apariencia de opereta glam rock que destilan buena parte de las imágenes - un gran respeto hacia Raymond y su creación, no obstante ser el tono del guión bastante menos solemne de lo que se quisiera. Basta con mencionar a este respecto que Lorenzo Semple Jr. – guionista aquí - fue también uno de los creadores del Batman televisivo de la Fox que hizo de Adam West y cia. otros tantos objetos de culto. Quedan Uds. en libertad de asumir lo que les apetezca sobre la película a partir de este dato y no estarán muy descaminados. La película es conscientemente ligera de tono, uniendo la incongruente seriedad de algunas interpretaciones con gruesas pinceladas de humor camp, sin ni siquiera sudar en el esfuerzo. Es un efecto totalmente intencionado por parte del guionista y que hace de Flash Gordon un ejercicio obligado de “love it or hate it” (para balancear un poco la imagen de Semple, maldecida por algunos gracias a su trabajo en esta película, hay que decir que también aportó su pluma en algunos estupendos thrillers y dramas de los sesenta y setenta, The Parallax View y Papillon entre ellos). Lo dicho, la volátil mezcla no debería funcionar en esta cinta, pero lo hace y de forma brillante. El único detalle a tener en cuenta es que se debe estar libremente dispuesto a aceptarla como es, sin miramientos. Por esto, aunque el estilo visual está en coherencia con el tono, los fans recalcitrantes de Raymond, no pudieron evitar sentirse traicionados por el abismo que parecía separar al diseño de arte – en sus mejores momentos tan regocijantemente cercano al sunday strip y el serial - del tono que hubiesen querido para el guión en vez de la, para ellos, seudo farsa que finalmente tuvieron que soportar. No creo que haya quien les reproche sus sentimientos. Demonios, hasta yo veo ese abismo como una verdad patente y a mi me encanta la película. Como ven, la calificación de placer culpable Flash Gordon la tiene bien merecida. Es una obra que provoca reacciones encontradas entre los aficionados al género debido a ello y principal razón de que hoy sea recordada con tanto cariño por un público, tal vez minoritario, pero muy entregado. Su fama no alcanza las cotas de productos como The Rocky Horror Picture Show y otros similares, pero entre sus rendidos admiradores el status de objeto de culto que posee, a esta altura, es indiscutible.





La solemnidad de Alex Raymond en toda su gloria





Hay algún ajuste menor, e innecesario a mi parecer, a los mitos (Flash no es jugador de polo, sino quaterback de los New York Mets, por ejemplo, quizá únicamente para justificar una secuencia de acción en la corte de Ming) pero, en general, la película sigue el espíritu de la tira de prensa con mucho acierto. El principal defecto de la película, a mi parecer, es que es demasiado juguetona para su propio bien y carece por completo de la solemne majestuosidad que las viñetas de Raymond exudaban (de nuevo me alineo con los admiradores de la vieja escuela). Es un punto muy evidente y, por tanto, difícil de refutar. Miren tan sólo los créditos de apertura. Una verdadera maravilla de introducción al compás de la ya inmortal composición de Queen, que hace abundante uso de los dibujos originales de Raymond como gancho emocional para los fans (este humilde escriba confiesa sentir la piel de gallina cada vez que la secuencia de créditos despliega su hipnótico encanto en pantalla, la sobrecarga emocional es excesiva). El problema es que la cinta - salvo una secuencia en particular de la que más abajo hablaré y que desde mi punto de vista rescata lo mejor de la obra de Raymond - ni en broma está a la altura de esos dibujos y esa sensacional apertura. Sí, lo sé. Si lo estuviera, no sería un placer culpable. Pero, aquellos de Uds. que han visto la película, no podrán decirme que luego de esa inspirada secuencia de créditos no estaban esperando la madre de todas las aventuras. En cambio, con todo lo entretenida y excitante que es, Flash Gordon apuesta fuerte por la liviandad y ciertamente queda corta a la hora de hacer completa justicia al personaje y su universo.

Un defecto agravado por la que es la más desafortunada decisión creativa del film: entregar el papel protagonista a Sam J. Jones, un actor desconocido en ese momento que, por amable que se quiera ser, simplemente no es un buen interprete y para colmo carece del suficiente carisma como para llevar el peso de una producción de esta envergadura sobre sus hombros (la leyenda dice que Jones fue escogido para el papel luego de ser visto en televisión por la suegra de De Laurentiis). Sam Jones hace lo que puede - que no es mucho, pero se agradece el esfuerzo - y si el público perdona su falta de peso interpretativo es por que necesita desesperadamente querer al actor en el papel. Después de todo, sin Flash no hay película. La inexperiencia de Jones, además, choca de mala manera con el fantástico reparto de secundarios que aporta la cinta. Para empezar sus más cercanos compañeros le hacen sombra nada más empezar la historia, el profesor Zarkov vive genialmente en la piel de Topol (el recordado campesino judio en Fiddler On The Roof de Norman Jewison) quien no duda en robar escena cada vez que sale en pantalla. La televisiva Melody Anderson pone voz e imagen a Dale Arden, con una gracia y un sentido de la comedia de lo más resultona. Jones en cambio se ve en todo momento opacado y plano, sobre todo frente a la chispeante Anderson o, más tarde, siendo objeto del deseo de una infartante (y un pelín desaprovechada) Ornella Mutti. Es una lástima que sea la figura más importante del reparto la que se lleve el mote de eslabón débil del apartado interpretativo, pero así es (en nada ayuda que el actor tuviese fuertes encontronazos con el director durante la filmación; de algún modo, esto determinó que sus diálogos fueran doblados en post producción). Curiosamente, los mejores momentos de Jones en pantalla los tiene, quien fuera a pensarlo, en sus enfrentamientos con esa fuerza de la naturaleza que es Max Von Sydow como Ming, El Despiadado. Vayan a imaginar eso. Que Von Sydow no se lo haya comido vivo es nada menos que un milagro. Una razón de calibre para simpatizar con Jones, no cabe duda. Y también una razón más para admirar a esta joya enfebrecida que es Flash Gordon.

Con estas dudosas condiciones en el protagonista, el espectador tiene que buscar en los coloridos aliados de Flash el corazón y el espíritu de aventura característicos del personaje. Tenemos al futuro agente 007 Timothy Dalton, efectivo y profesional como es su costumbre, dando vida al Príncipe Barin de Arboria en un lado de la pantalla (secundado por Richard O’Brien, uno de los hombres pálidos de Dark City). Mientras en el otro, el mayor acierto de toda la película (con la sola excepción de Von Sydow) Brian Blessed dando todo de sí como Vultan, el príncipe de los hombres halcón. Este hombre nada más entrar en escena se lleva la película y al público al bolsillo. Sus declamaciones, con esa inolvidable voz de barítono (ni mencionaré el poder de sus carcajadas), son la sustancia misma de la que está hecha la genialidad. El entusiasmo y el compromiso de Blessed con su personaje y con la historia son infecciosos. Si Flash Gordon de por sí es una pasada, cada vez que Vultan hace de las suyas, la película sube un par de escalones y entra en el campo de lo simplemente glorioso. No deja de ser sintomático que uno de los más arduos defensores de la cinta sea precisamente Blessed, quien siempre ha hablado cosas positivas de su experiencia de trabajar en ella (sus líneas son material de cita y parodia favorita entre los fans, su “Gordon’s alive¡¡¡” es ya mítico en el fandom). La suya es una tremenda interpretación que, al primer golpe, da en el clavo del tono y la actitud que este Flash Gordon como producción quiere entregar: dada la sobredimensionada puesta en escena, no queda más que actuar en consecuencia, esto es, sobreactuar sin ninguna posible vergüenza y quedarse tan ancho al respecto. Blessed es precisamente lo que su apellido dice, un bendito, y un verdadero regalo del cielo que casi por sí solo salva a toda la película.



Brian Blessed como Vultan, todo un portento en esta película


Casi, sin embargo. Por que ese privilegio se lo lleva Max Von Sydow. Prácticamente, el único actor que pasó indemne ante los fusilazos de la crítica, el veterano intérprete sueco es el as en la manga de esta producción. Su Ming es inspiradísimo, totalmente fiel a la versión de Raymond en forma y fondo (además de emular estupendamente a Charles Middleton, el Ming original en los serials). Sus apariciones son breves, pero todas memorables, y en ellas, Von Sydow da una muestra más del tremendo actor que es. Se necesita un talento considerable para dejarse llevar por el tono camp de la película y, sin embargo, al mismo tiempo lograr impregnar a su retrato del tirano Ming de una lograda sensación de amenaza. Tal vez la Flash Gordon esté hecha medio en broma, pero no dudo ni por un segundo que el actor se tomó el desafío muy en serio. Von Sydow sale del examen con un sobresaliente. Sabe divertirse con su interpretación – la dicción y entonación de sus diálogos son primorosamente camp – pero también resulta memorable su composición megalómana cuando el guión se lo pide. Como, por ejemplo, en la mencionada secuencia de créditos que abre con su implícita presencia – solo vemos su mano enguantada – mientras que por mera gracia de su voz poderosa e inconfundible, en uno de esos portentos que sólo el cine puede regalar, nos define por completo a Ming como personaje sin siquiera haberle visto de cuerpo entero todavía. La flexibilidad interpretativa y precisión de registro que vemos en acción aquí es la marca de fábrica de todo actor consumado. Max Von Sydow es lo más en esta película. Tomando en cuenta su prestigio, el actor podría haberse limitado a posar frente a la cámara, recitar sus diálogos y dar la replica cuando fuese necesario, de manera mecánica, para seguidamente agarrar el cheque y salir corriendo despavorido. Como muchas veces sucede en este tipo de situaciones donde un gran talento trabaja en un proyecto aparentemente por debajo de su valía. Von Sydow está por sobre esas mezquindades. Mi admiración por su talento creció exponencialmente luego de ver su trabajo sinceramente concienzudo como Ming.

Con todo estos factores debidamente manejados por Hodges para sacarles el máximo rendimiento, ¿Qué nos queda finalmente? Ah, la acción, niños y niñas. La acción y la aventura. Pocas veces podrán ver una película tan contenta de ser una simple fuente de entretención, sin mayores complejidades o segundas lecturas que entorpezcan la misión de deslumbrarnos con sus proezas de loable pacotilla. Y el entusiasmo que demuestra el film en este sentido, rápidamente se extiende por el público. Flash Gordon es entretención de matinee como ya no se ve. Desde la deliciosamente ridícula secuencia en la corte de Ming, con match de fútbol americano incluido, hasta el espectacular ataque final de los hombres halcón, pasando por el duelo a latigazos entre Barin y Flash, la aventura fluye pura y sin complicaciones desde la pantalla con un ritmo y un saber ser realmente admirables. Nuevamente aquí la recuperación del serial es estupenda. La coreografía de las escenas de acción es inocentona y poco lograda en grado sumo, pero de una manera paradojalmente ad hoc dado el tono de todo el asunto. Las maquetas de naves y ciudades, así como el trabajo de composición en los efectos especiales, son también adorables en su buscada ingenuidad. Nunca antes – y nunca después – me he sentido tan satisfecho con unos efectos tan poco convincentes. El mejor ejemplo de esto es la secuencia del ataque final de los rebeldes. El asalto al palacio de Ming – esa secuencia a la que anteriormente me refería como la única realmente a la altura del legado de Raymond en su conseguida reconstrucción de lo que debe ser una Space Opera – es el momento cinematográfico más puro de todo el film. No hay duda en mi mente. La combinación de puesta en escena, emoción desbordante, acción y acompañamiento musical (ah, esa celestial, “kick ass” partitura de Queen) hacen de esa secuencia todo un logro. Nada más rememorarla me entran ganas de poner el disco en la bandeja y verla de nuevo. Es... hermosa. Eso, hermosa.

¡¡DIVE!! grita Vultan a sus tropas, incitándolas al ataque, y la emoción del momento es tan perfecta en su conjunción de elementos, tan primitivamente orgiástica que me dan ganas de levantarme del sillón y meterme en la película de un salto. Eso, amigos míos, es lo que deberían lograr todas las películas. Conmocionar más allá de la lógica. En virtud de esa secuencia, y aunque sólo sea por breves momentos, la película deja de ser un simple placer culpable para transformarse en cine con c mayúscula. Ahora, háganse un favor. Venzan sus comprensibles reticencias y vean Flash Gordon. Es lo que yo pretendo hacer ahora mismo...