6 de enero de 2009



Australia
Dirigida por Luz Buhrmann










La última película de Luhrmann no es precisamente una cinta destinada a los cínicos de espíritu. Tanto por inspiración como en ejecución, este australiano apunta con Australia a reconstruir la épica de Hollywood de los años ’40 y ’50, si bien con la sensibilidad del nuevo siglo, y el hecho de que haga uso de la imaginería de The Wizard Of Oz a la vez que utiliza desvergonzadamente el inmortal Over The Rainbow de aquel clásico para usarlo como ancla emocional del relato, ya debería decirnos bastante de las ambiciones estilísticas y temáticas que permean a toda la producción. Lamentablemente, cuando – ya a mediados del relato – imágenes de The Wizard Of Oz, de hecho, desfilan por la pantalla y uno se encuentra – de súbito – diciéndose “estaría mucho mejor reencontrándome con Dorothy y compañia que viendo Australia” algo está definitivamente no del todo bien. Australia está lejos de ser una mala película, pero está construida sobre tópicos narrativos y emocionales que, dada la abundante cantidad de tiempo transcurrido desde las grandes superproducciones del Hollywood de antaño, ya han caído en desuso y para el perezoso público moderno, poco dado a las metalecturas y a los esfuerzos intelectuales, los juegos de reconocimiento y la estructura de relectura/homenaje de la que el film hace patente gala, resultaran cansinos, cuando no derechamente dignos de mofa (buena parte del público con el que vi la película, se rió en varias ocasiones a lo largo del metraje de la historia y los personajes. Mala señal como pocas puede haber).

Personalmente, el cine que Luhrmann ha perpetrado hasta este momento, me resultaba indigesto y estéticamente desagradable. Romeo & Juliet tiene el dudoso honor de ser una de las pocas películas que no he tenido la fuerza de voluntad de ver hasta el final. La detesto. Honestamente, la detesto. Y su Moulin Rouge es un espectáculo que me produce repulsión física. No sé si son sus opciones de puesta en escena – excesivas, vodevilescas y para nada sutiles – o su manía de usar de temas pop clásicos en sus bandas de sonido lo que me produce tal rechazo. Probablemente, sea la combinación de ambas cosas (una impía unión de factores que alcanzó su paroxismo en Moulin Rouge) Créanme, no se la tengo jurada a este tipo, pero su estilística me produce un rechazo de lo más visceral. Por eso cuando me aproxime a Australia lo hice pensando que saldría de la sala, una vez más, odiando lo que había visto.

Afortunadamente, no fue así. Si bien Luhrmann abre la película con una secuencia en Inglaterra que recuerda lo peor de sus anteriores obras (y que me hicieron apretar los dientes durante los primeros 20 minutos de proyección) a partir de la llegada de Lady Sara Ashley (Nicole Kidman) a Australia para deshacerse de Faraway Downs, el rancho ganadero propiedad de su marido, el que éste utiliza como excusa para no volver a Inglaterra y dedicarse a perseguir mujeres nativas, el relato visualmente se sosiega lo bastante como para pasar como narrativa clásica.

La trama de Australia es puro melodrama a lo MGM, no les quepa la menor duda. Nada más llegar a las costas australianas, Lady Ashley se entera que su marido a muerto (supuestamente a manos de un aborigen), el rancho es un hoyo polvoriento en medio de la nada a punto de ser adquirido por Lesley “King” Carney (si hay algo que agradecer a Luhrman es la recuperación del siempre estupendo Bryan Brown para este rol), magnate del ramo. En el proceso de levantar al lugar de la miseria conoce a un apropiadamente apuesto, aunque vulgar, cowboy australiano, Drover (Hugh Jackman). Juntos le presentan batalla al poderoso enemigo que intenta hundirlos por todos los medios y en el proceso se ganan la enemistad del ex capataz de Faraway Downs, el ambicioso y cruel Neil Fletcher (David Wenham), secretamente coludido con Carney. Entre tanto, las vueltas del destino ponen a un pequeño aborigen sin madre en el regazo de Lady Ashley. Planeando sobre todos ellos, la sombra de la Segunda Guerra Mundial se cierne.

¿Podrán uds. adivinar como se van a desarrollar los acontecimientos?

Como he dicho, Australia no es una película para cínicos. En lo que ha mi respecta, rescato Australia por lo que intenta ser - una lujosa reelaboración de los códigos dramáticos y estilísticos del cine clásico, con las necesarias concesiones a las sensibilidades del siglo XXI - y no les puedo negar que me lo pasé de maravilla con los aspectos más desenfadadamente melodramáticos de la historia y su honesto homenaje a la épica de antaño. Siendo tremendos el cariño y la admiración que siento por el cine hollywoodense de su época clásica, la película funcionó para mí a más de un nivel. El problema es que se alarga demasiado y termina cansando. La primera hora de proyección (salvo esa apertura de la que hablaba, que me hizo temer lo peor) es lo mejor de toda la película. El drama está claramente expuesto y resulta sencillo identificarse con los personajes. Casi como un western primitivo, pero con suficientes toques de drama victoriano como para hacerlo atractivo a la masa femenina, esa primera hora está plagada de aventura, romance y sensación de maravilla. Si toda la cinta se hubiese concentrado en esa historia – Lady Ashley y Drover deben trasladar sus rebaños de ganado a través del outback australiano hasta la costa para vendérselo a los representantes del Ejercito Inglés y así ganarle la mano a Carney – Australia sería una película de la que hablaría únicamente alabanzas.

Sin embargo, Luhrman apuesta por la superproducción en todos los sentidos de la palabra, incluido el metraje. La película dura 165 minutos y se nota. El segundo acto se alarga penosamente, no obstante ser un mero collage de apresurados momentos que sirven para hacer avanzar la historia lo más rápidamente posible hasta la gran, espectacular conclusión del relato. Es en esta aparente contradicción donde la película pierde enormes puntos debido a lo notorio de la súbita falta de momentum que toma posesión de la historia y la anticlimática que resulta la premura de Luhrmann por llegar al tercer acto. Hasta el cambio de poder que sucede entre Carney y Fletcher, mediante la traición de éste último – de por sí un punto dramático que debería tener por necesidad mayor peso, dada la importancia de estos dos personajes en la trama - está presentado a la carrera. Australia cierra con una espectacular secuencia – el bombardeo japonés sobre el puerto de Darwin en 1942 - que en nada desmerece a otros espectáculos visuales de los últimos años (Peal Harbor, Saving Private Ryan), pero - en aras de llegar pronto a la acción – importantes momentos de desarrollo de personajes y trama son mostrados durante este segundo acto como si se tratase de un Greatest Hits para la ceremonia del Oscar. Es aquí donde sucede el momento aquel de abandono en que quise poder estar viendo The Wizard Of Oz y aunque apropiadamente espectacular y finalmente correcto dramáticamente, no hay nada en verdad memorable en el 3º acto de Australia que haga recuperarla de ese tremendo error de ejecución.

Dicho sea de paso, fue precisamente en este tercer acto donde los hechos que desfilaban por la pantalla se ganaron la mofa del respetable. Sin embargo, por una vez salgo en defensa de Luhrmann. Los sucesos que transcurren durante el bombardeo son los más cercanos en espíritu y homenaje al cine clásico. Reconocí todos y cada uno de los resortes dramáticos que Luhrmann usa aquí, rescatados y reciclados de decenas y decenas de películas clásicas de Hollywood. No pude evitar una sonrisa y la verdad, me dolió cuando la gente comenzó a mofarse de todo el asunto. Cae una bomba en el edificio donde está la heroina. Por supuesto que no muere. Por supuesto que el cadáver que vemos a la pasada, no es el de ella. El héroe vuelve en el momento preciso para verse envuelto en la acción. Pero, por supuesto. Y por supuesto que los enamorados se han peleado y separado al terminar el segundo acto, sólo para volver a encontrarse en el momento álgido de la acción. Luhrmann no pretende engañar a nadie. Es melodrama, como debe ser el melodrama. ¿Se escandalizarán si les digo que tras las penurias, los desencuentros, la violencia de la guerra y, claro está, el enfrentamiento final con el villano (que, claro está, recibe su merecido) los amantes se reúnen y viven felices por siempre?

Por supuesto que lo hacen ¿Podría ser de otra manera?


Aún con el error de su parte media, Australia es una película que merece ser vista. No sólo es una película que recupera el aliento dramático de una época ya ida, sino que es una película hecha con la suficiente honestidad creativa y una admirable garra interpretativa (la Kidman y Jackman se entregan con gusto a sus papeles, mientras Brown y Wenham se aplican como unos despreciables villanos de opereta) como para solventar los problemas de estructura y lo esquemático de su guión. Si bien no del todo conseguida como película, Australia sí es, en todo momento, un homenaje sincero, sentido y sensiblemente hermoso a una manera de hacer y concebir el cine que ya no veremos nunca más. Aunque sólo sea por eso, es válido pasar por alto sus defectos y dejarse envolver por su primoroso empaque de romance y aventura.