2 de agosto de 2008


Fury

Dirigida por Fritz Lang




Saltamos drásticamente en el tiempo y nos vamos hasta 1936 para hablar de la primera producción norteamericana del germano Fritz Lang. Por supuesto, Lang es una figura mítica del cine universal de todos los tiempos y una nombre clave en el desarrollo estético del medio en sus primeros años de existencia. Los films que dirigiera en su etapa alemana, enmarcada principalmente en el movimiento expresionista - y con obras tan importantes como la saga del Dr. Mabuse, Los Nibelungos, Metropolis y M, el Vampiro de Dusseldorf - constituyen un legado insustituible, pleno de hallazgos formales revolucionarios para su tiempo. Así mismo, los temas en la obra de Lang, impregnados de una visión pesimista de la naturaleza humana y una aguda desconfianza hacia los corportamientos de la masa, dotan a su cine de una fuerte carga crítica a la sociedad y a las figuras de poder que la pueblan y utilizan sus mecanismos con el fin de aplastar al individuo común.

No obstante, también es cierto que estos puntos de vista personales, se veían contrastados por la visión claramente favorable a las posturas nacional-socialistas de su esposa y habitual coguionista Thea Von Harbou. Es por esto que, consolidado el poder del partido nazi, nada menos que Joseph Goebbels, lider del ministerio de propaganda, le ofreciera la dirección de los estudios de cine UFA, en aquellos momentos listos a ser reconvertidos en factorías de falacias históricas y cuna de los reportes noticiarios a mayor gloria de Hitler. Lang, en su fuero interno notoriamente contrario a la política nazi, opta por el exilio y huye en plena noche hacia Francia, abandonando a su esposa, para luego recalar en costas norteamericanas hacia 1934. Aunque es contratado por la MGM, sus proyectos son rechazados constantemente y no es hasta 1936 que puede dirigir Fury. Como ha sucedido muchas veces en su historia, la industria de hollywood puede ser altamente intolerante con talentos tan personalistas como el de Lang y sus filmes al interior de la industria americana tuvieron que moldearse a los gustos y requerimientos de esta, mucha veces perjudicando la coherencia interna de sus propuestas. No obstante, muchos de estos films son obras del todo rescatables, cuando no excelentes estudios de la falible naturaleza humana. Su particular visión del mundo le hizo un artesano especialmente dotado para el film noir – con Woman in the Window y Scarlet Street, ambas protagonizadas por Edward G. Robinson, como notables ejemplos – y el cine policial, donde creó la que quizas sea la mejor obra de su período americano, The Big Heat.

Fury, protagonizada por Spencer Tracy, es una obra donde las influencias expresionistas aún están presentes en la puesta en escena del film y donde el sin destilar pesimismo de su visión de la humanidad nos deja con un relato particularmente amargo, para ser una producción de un estudio, por aquellos tiempos, sobradamente famoso por sus filmes musicales y comedias. El relato comienza presentándonos a los personajes de Joe (Tracy) y Katherine (Silvia Sidney) despidiéndose en una estación de bus. Están comprometidos para casarse, pero su situación económica es frágil y deberán esperar hasta ahorrar lo suficiente para llevar a cabo sus planes. Así, ella se dirige al pueblo de Strand para trabajar como maestra, mientras Joe cumple su sueño de abrir una gasolinera y dar empleo a sus hermanos. Lang usa estas secuencias iniciales para presentarnos a los personajes bajo una luz humanista y dejar claro el honesto código de conducta de Joe en los breves incidentes y detalles que pueblan estas escenas. La imagen de hombre íntegro del personaje, se ve magnificada por la presencia de Spencer Tracy en este papel. No obstante ser uno de sus primeros roles destacados, la abundante filmografía de Tracy hasta entonces (30 películas en !!5 años¡¡) siempre le presentaba como un personaje simpático para la platea, lo que lleva al espectador a asumir ciertas cosas respecto a su personaje, factor que Lang aprovecha en favor de la película.

Pasado un tiempo, todo parece ir bien en los negocios de Joe y decide emprender el viaje para casarse con Katherine. En el camino, es detenido por la policía de Strand y, a traves de una serie de desafortunadas coincidencias, es encarcelado bajo sospecha de ser complice en el publicitado rapto de una joven mujer. Rapidamente, la noticia se expande a partir de un inicial comentario bravucón en una barbería hasta una serie de rumores infundados – en una secuencia que Lang dota de un malicioso sentido del humor – y no pasa mucho tiempo para que los aburridos hombres del pueblo decidan que Joe es culpable y que lo mejor que se puede hacer con el es lincharlo. Acto seguido, se suceden las mejores secuencias del film, donde el director saca el máximo provecho del material para poner en pantalla un vitriólico fresco sobre la ignorancia, la estupidez y la malsanas actitudes que se ocultan tras la conducta de masas. Su puesta en escena es impecable y los recursos visuales expresionistas de los que hace uso, aunque esporádicos, están excelentemente utilizados. La secuencia termina en un crescendo de inquietante violencia, mediante el cual nuestra visión del pueblerino honesto y gentil, tan típica de los filmes de Frank Capra, queda seriamente comprometida.

La segunda parte del relato lo ocupa el juicio que los hermanos de Joe deciden llevar a adelante para encarcelar a los responsables de su “muerte”. En realidad, Joe ha logrado escapar milagrosamente del fuego que consumió la oficina del comisario. Pero es un hombre cambiado. Consumido por la amargura, lleno de odio y deseos de venganza. Ahora, se mantiene oculto para mantener la apariencia de que ha muerto víctima del linchamiento y así asegurar la condena a muerte de quienes participaron en la revuelta. Para quienes crecimos con la imagen más amable de Tracy – como figura paternal en Father of the Bride o Guess Who`s Coming to Diner – el oscuro cambio de su personalidad en este film es quiza más inquietante que las escenas del linchamiento que le preceden. La intensidad en la interpretación de Tracy es excelsa, totalmente entregado a su personaje y nos recuerda lo tremendo que era como interprete cuando el material se lo permitía.

Las secuencias del juicio están bien llevadas en términos de ritmo, si bien es cierto que la urgencia de la primera parte hace que el segundo acto del relato nos parezca más lento. No por esto deja de ser interesante, sobre todo por la manera en que Lang maneja al personaje de Katherine, sumergida en un estado catatónico luego del shock que le produce ver morir a Joe entre las llamas, su eventual recuperación y el rol que juega como pieza clave en el juicio. El rol de Tracy pasa aquí a ser un elemento tras bambalinas - más espectador de su propio calvario que agente activo – en favor del drama judicial, en tanto que generador de suspense y como herramienta de denuncia. Con todo, los aspectos narrativos al interior del juicio están bien manejados y las distintas piezas del relato llegan a una apropiada conclusión. Joe, a un paso de destruir por completo la poca felicidad a la que puede aspirar, pasea sin rumbo por unas oscuras y solitarias calles (en unos planos que inevitablemente nos recuerdan los barrios vacios de M) y tras una angustiosa toma de consciencia (con una puesta en escena 100% Fritz Lang) renuncia a la venganza al caer en cuenta que la conclusión ultima de su empeño no hará más que condenarle a una vida de remordimientos, a la aniquilación total de su yo primigenio y, por tanto, a la perdida de aquello que valora por sobre todo, el amor de Katherine.

Sin duda, esta escena, así como la aparición final de Joe ante la corte, que salva de la muerte a los linchadores, están comprometidas por la injerencia del estudio con el fin de conseguir un fin más acorde a lo que el espectador norteamericano estaba acostumbrado a recibir de los films de la época. El propio Lang confesaba que Fury era un film perjudicado por esta concesión y, por tanto, de consideración menor en su obra. Es evidente que, en buena medida, esto es así. Sin embargo, la fuerza expositiva del relato es arrolladora. Lang no se corta a la hora de dibujar un retrato de la sociedad pueblerina norteamericana decididamente poco amable y resulta casi insólito que los codigos de censura imperantes en la época, no le hayan objetado al respecto. Por otra parte, la reconciliación de Joe y Katherine, nada menos que frente a los ojos del juez (y por tanto, de la ley; del status quo social), no puede, en ningún caso, borrar la amargura de los hechos que hemos contemplado ni el mal sabor que su denuncia deja en la boca. Es de todo punto de vista ridículo suponer que el martirio de Joe y Katherine no vaya a dejar cicatrices más profundas en su relación ni que ellos o la gente del pueblo, como individuos, puedan volver a ser los mismos. Son dos inevitables consideraciones que este impuesto final feliz no es capaz de hacernos olvidar.

Historia de una crudeza y compromiso poco habitual para su tiempo, las concesiones dramáticas con respecto a su desenlace no deberían menoscabar nuestra apreciación final sobre el film. Unida a su poder como relato de denuncia, la innegable calidad de esta producción como escaparate para el talento de Fritz Lang como director y de Spencer Tracy como actor deberían ser factores suficientes para hacer de Fury una película de visionado obligatorio.