17 de octubre de 2008



Narc
Dirigida por Joe Carnahan








Pongan un guión estupendo. Súmenle dos actores absolutamente entregados a sus personajes. Agreguen a esto algunas buenas dosis del mejor cine policíaco de los setenta. Dejen a un director en estado de gracia cocinar todo lo anterior y tendrán como resultado Narc. Joe Carnahan tenía sólo una película anterior a su haber - "Blood, Guts, Bullets and Octane", que desgraciadamente no he visto – antes de lanzarse a la producción de esta cinta. Ambas son trabajos de factura independiente, de presupuestos modestos y grandes libertades creativas. La gran razón de que Narc llegase a un conocimiento más general del público - en oposición al debut del director que sólo tuvo pases en festivales - y pudiera estrenarse comercialmente fue, créanlo o no, el gran entusiasmo que Tom Cruise mostró hacia la película, lo que posteriormente llevo a que el actor gestionase con Paramount su distribución en salas de cine. No fue un gran éxito para la firma productora de Cruise (C/W), aunque recuperó su inversión. Lo importante es que Carnahan salió de los circuitos festivaleros y pasó al cine comercial por la puerta ancha.

El que la prematura promesa de Carnahan como cineasta todavía esté por concretarse – su siguiente film, Smokin’ Aces no estuvo a la altura de Narc, prefiriendo navegar aguas más cercanas a Guy Ritchie que a las de su admirado William Friedkin – no significa que hayamos perdido la fe en su potencial. A pesar de ser resultona y poco más, Smokin’ Aces no dejaba de ser un espectáculo visual de cuidado. Tan sólo es que, como cinéfilo, habría sido preferible ver a Carnahan seguir la estela creativa lógica que dibujaba en Narc para entregarse a temas más espesos, en lugar de dedicarse a juegos visuales deslumbrantes al servicio de una película entretenidísima, pero ligera. Para quien quiera ver a Carnahan aunando estupendamente fondo y forma, puede hacerlo en el corto Ticker, perteneciente a la serie The Hire, cortometrajes distribuidos por Internet y producidos por BMW para promocionar sus vehículos (otros talentos atraídos por esta simpática – y muy conseguida - iniciativa fueron John Frankenheimer y Ang Lee, entre otros cuantos directores de renombre). En el ínterin, quedamos a la espera que su proyecto White Jazz (según novela de James Ellroy) despegue de una vez por todas. Esto del cine es así. El cineasta hace lo que quiere (o puede) y nosotros nos quedamos con la insatisfacción (o la alegría). Quien sabe, puede que Carnahan quisiera divertirse un poco filmando Smokin’ Aces mientras algo más consistente le sale al camino. Sea cual sea el caso y sin importar lo que depare el futuro a este cineasta, siempre nos quedará está notable Narc para consolarnos.

Narc es un trabajo visualmente integrado a los años noventa, pero con el corazón y la inspiración puestos firmemente en los setenta. Y para ser más específicos en los “gritty seventy's”, aquellos que nos dieron The French Connection, Serpico, The New Centurions y tantas otras cintas “de policias” que inundaban las pantallas con relatos de ambigüedad moral, objeción a la corrupción institucional y retratos verosímiles del trabajo policial (con toda la nauseabunda burocracia que implicaba cada arresto, cada disparo efectuado). La manera en que el diario trajín del oficio - sumido en la escoria moral y existencial de los bajos fondos - pasaba graves facturas emocionales a los hombres dedicados a tales menesteres era otro tema muy habitual de este cine, hecho de rutinarias noches en vela, sórdidos interrogatorios callejeros e incontables horas muertas a la espera de nuevas pistas. Hombres que, muchas veces, terminaban luchando solos contra el sistema y los peligros de la calle de forma quimérica, incluso absurda puesto que muchas veces sus esfuerzos terminaban en fracaso, compromisos y mayores ambigüedades. En el cine policial de los setenta no abundaban los cuadro felices, no cabe duda y Carnahan rescata esa atmósfera enrarecida - en cuerpo y alma - para aplicarla a su película.


Heredera directa del estilo semi-documental tan típico de los años setenta, la película es un relato brutal, moralmente turbio y con un final tan absolutamente devastador que dan ganas de gritar nuestra incredulidad cuando la película deja colgando, sin misericordia alguna, la resolución al dilema moral que ha perfilado en sus agotadores veinte minutos de conclusión (una opción que la hermana con The French Connection y su famoso plano final). Como cinta policial clásica, la historia plantea la investigación de un complejo caso de asesinato, cuya victima es un policía infiltrado en el bajo mundo de la droga callejera. Como el asesinato se ha convertido en uno de esos casos incómodos donde alegatos de corrupción han emergido en torno al difunto, el departamento de policía de Detroit le entrega el caso a Nick Tellis (Jason Patric) y Henry Oak (Ray Liotta), dos oficiales que hacen una pareja muy efectiva profesionalmente, pero que acarrean consigo pesados fantasmas. Tellis se recupera de un desastroso incidente en el que una madre y su hijo no nato murieron por su culpa y esta peliaguda asignación representa su primer caso desde aquel traumático suceso. El infeliz incidente que causó la muerte de la mujer es precisamente el que abre la película y nos avisa con su cruda puesta en escena, sin lugar a equívocos, que este supuesta cinta de acción policial navegará aguas mucha más complicadas de lo habitual. Oak, por su parte, era el compañero del difunto policia y sólo ha sido asignado al caso debido a la petición expresa de Tellis. No es que Oak sea un mal oficial, es que es un hombre al borde del abismo, obsesionado con encontrar al asesino de su amigo e interiormente consumido por una sensación de frustración y fracaso ( cuya razón de ser se nos develará, amargamente, sobre el final de la historia) y eso le hace un hombre peligroso.

Tal vez esta premisa pueda sonar rutinaria. La verdad, en el papel lo es. Pero la virtud de Narc como película y la de Carnahan como director es la de ir más allá de lo obvio y adentrarse en terrenos emocionales, antes que dejarse llevar por la acción inherente al género (reducida a un par de breves escaramuzas). Narc es mayoritariamente un poderoso drama donde dos hombres impulsados por sus demonios personales toman un caso como forma de expiar sus pecados y en ese sentido, importan tanto sus actos dentro del proceso de investigación como las motivaciones que les impulsan a ellos. Muchas veces la película se reduce a los dos personajes desnudándose emocional y psicológicamente ante nosotros, ya sea por sus propias confesiones como por los acertados flashbacks que Carnahan usa para informarnos de sus actos pasados. Por tanto, igual o más importante que la resolución del caso, es el conocer los mecanismos que mueven a estos dos hombres a entregarse de la manera en que lo hacen en la consecución de sus objetivos (Tellis poniendo en entredicho su vida familiar, Oak destruyendo su carrera).

La película, entonces, flota o se hunde en virtud de las interpretaciones de los protagonistas. Si no nos sentimos involucrados con los personajes en los dilemas a los que se enfrentan en el presente – contrastados con lo que sabemos de sus respectivos pasados – todo se viene abajo, pues, créanme, esta película no ofrece soluciones convenientes (de esas que a Hollywood tanto le gustan) ni da respiros existenciales al amparo de una ética superior. Narc es el viaje amargo, desnudo de toda gloria, hacia un terrible e inevitable callejón sin salida. Patric y Liotta logran hacernos partícipes de su dramas internos – gracias a un guión estupendamente elaborado, obra del propio Carnahan - con unas actuaciones reconcentradas, plenas de angustia, donde el primero usa cerebralmente su dolor interno para seguir moviéndose, mientras el segundo reacciona en todo momento como un animal herido en busca de venganza. La fantástica calidad de sus interpretaciones hace que Narc brille con un fulgor especial. Se trata de un dueto interpretativo realmente soberbio, donde Patric demuestra fehacientemente que siempre ha sido más que el "pretty face" que todos recordamos de Lost Boys y Liotta deja en evidencia que cuando quiere (y el material se lo permite) puede ser una fuerza de la naturaleza digna de admiración. Ver a estos dos actores estupendos habitar con tanta convicción a sus personajes es uno de los motivos que convierte la revisión de esta película en una gozada.

El otro es la lograda visión de conjunto que el director aplica a la narración. No hay trucos narrativos baratos ni puesta en escena efectista en la película que nos distraiga de lo esencial. Sin embargo, Carnahan hace uso de una amplia variedad de recursos visuales para dotar a cada secuencia del ritmo y el tono precisos, logrando de paso orquestar visualmente algunos momentos de tremenda inmediatez en sus pocos momentos de acción desatada, sin nunca caer en frenéticos esteticismos que puedan llegar a negar el aire de sucia y fría autenticidad que impregna a la película. El ritmo es a momentos trepidante (como en las confusas secuencias de tiroteos y persecuciones), a ratos sosegado ( las viñetas familiares, las conversaciones entre Tellis y Oak) y siempre con una velada sensación de crescendo emocional que deriva en los mencionados 20 minutos finales, cuya explicita violencia física, moral y emocional nos aturde con su intensidad y crudeza. Narc es una máquina imparable de sórdida agresión y mudo desencanto existencial que, sin desbordar las fronteras de su género, entra subrepticiamente en el campo de la tragedia. Tampoco hace uso la película de una conclusión que nos deje a salvo de la ambigüedad que impregna ese brutal corte a negro con que se cierra el relato. De hecho, mediante tal corte, Carnahan deja al espectador la tarea emocional de acompañar a Tellis en el infierno moral al que, insospechadamente, se ha precipitado.

La fatídica oscuridad de ese plano, nos deja en un callejón sin más salida posible que empañar el ya precario brillo de la placa policial, ahora más que un escudo protector de inocentes, una potencial ancla condenada a hundir a la inocencia y la virtud en un pozo de turbias componendas. No hay escape posible en el mundo lóbrego y deprimente que la película nos presenta. No hay medallas para los héroes. Narc nos deja, igual que a sus protagonistas, tan sólo con la consternación ahogada ante un absurdo terrible y brutal.