3 de marzo de 2009


Before Sunrise / Before Sunset
Dirigidas por Richard Linklater














Que satisfacción da la revisión de películas bien realizadas, que sensación de inversión justificada más reconfortante. Y que mayor gusto aún da la revisión de una película romántica bien realizada, un objeto escurridizo no tan fácil de encontrar a simple vista como pudiera creerse. Un romance cinematográfico genuino, honesto e inteligente no es moneda de cambio habitual en un panorama dentro del genero que favorece actualmente lo prefabricado y poco sincero. Soy un gran fan de los romances de época – Sense & Sensibility, Remains of the Day, The Age of Innocence, The Whole Wide World, The House of Mirth, Shadowlands – puesto que presentan una visión del amor y las relaciones interpersonales que se encuentran muy en sintonía con mi propia visión idealizada de tales menesteres. Soy un tipo chapado a la antigua, como pueden ver, cuando se trata de los asuntos del corazón y sus infinitas complejidades. Las variantes modernas de este tipo de historias pueden a veces alcanzar niveles de buen hacer, pero es más dificil que logren capturar mi atención y todavía más escasamente ganarse mi apoyo. Hay algo en la dinámica de las relaciones interpersonales modernas en el cine que elude mi capacidad de compromiso cuanto se trata de prestarles atención.


Una de las grandes excepciones a este cuadro sintomático es el díptico Before Sunrise / Before Sunset, el cual con una sencillez expositiva admirable y un encanto pleno de inteligencia logró cautivar mi inicialmente reacio interés de una manera poderosa en su momento, para volverse luego objeto de referencia en mi videoteca. Recomiendo revisar ambas en sesión doble, si no una detrás de la otra, como mucho con un día de diferencia. La urgencia de la historia así lo exige. Están tan directamente relacionadas que lo más apropiado es considerarlas como dos mitades de un mismo film. La magia fabulosa que de ellas se desprende funciona al 100% si las ponemos inmediatamente juntas, en un ejercicio de resonancia realmente exquisito y sensible. Linklater – cineasta autoinstruido en la técnica cinematográfica - posee algunos títulos bastante interesantes en su carrera, empezando por algunos ya clásicos del ambiente independiente como Slackers, Waking Life y Daze & Confused. Sin nunca renunciar a su veta indie, el cineasta ha flirteado con el cine mainstream en algunos títulos eficientes, pero decididamente menos interesantes (The Newton Boys, School Of Rock) pero su punto fuerte es la exploración de temas personales en producciones hechas a la vera de la industria, aunque no totalmente disociada de ella (la reciente A Scanner Darkly y Before Sunset fueron producidas por Warner; Dazed & Confused distribuida por Universal, etc).

El director tiene una filmografía bastante extensa donde mezcla los proyectos alimenticios de cine comercial con proyectos indie y trabajos televisivos, aunque mayormente manteniendo una misma línea de creación. Sus historias suelen transcurrir durante breves períodos de tiempo, tienden a prescindir de guiones demasiado elaborados argumentalmente, prefiriendo concentrarse en episodios menores y al mismo tiempo significativos en la vida de sus personajes. Los protagonistas de sus historias se mueven de un lado a otro, sin grandes apuros, conversando constantemente sobre infinidad de temas, filosofando sobre sus experiencias con distintos grados de profundidad. Bromean, se rien, se emborrachan, confiesan sus miserias ante sí mismos y ante los demás. Alcanzan epifanías y a veces fracasan en llevarlas a la práctica. Como la vida misma, sus películas se desenvuelven orgánicamente.


Linklater dirigió Before Sunrise en 1995 a partir de un guión coescrito entre él y Kim Krizan (actriz de reparto en proyectos anteriores suyos) ambientando la historia en Austria - más precisamente Vienna – con Ethan Hawke y la adorable Julie Delpy como pareja protagonista. La premisa es deliciosamente simple. Jesse (Hawke) está viajando en tren por Europa para sacarse del cuerpo la decepción de su reciente quiebre de pareja, acaecido en España, con una novia que se lo está pasando demasiado bien sola como para querer tenerlo a su lado. Comprensiblemente confundido ante la inesperada situación, con tiempo libre y un ticket aereo con salida de Vienna, Jesse ha deambulado por Europa usando el tren (pero sin bajarse de el) durante semanas para reflexionar sobre su predicamento. En el viaje que finalmente le lleva al avión de vuelta a EEUU entabla una improvisada conversación con Céline (Delpy), una atractiva estudiante francesa sentada al otro lado del pasillo. Se tantean mutuamente mientras intercambian impresiones sobre una cercana discusión de pareja, comparan los libros que están leyendo, comparten un refrigerio. El interes mutuo es sutil, pero inmediato, y la conversión estimulante, aunque los destinos geográficos distintos amenazan con separarlos antes de poder dar una oportunidad a su atracción. Céline regresa a Paris, luego de vsitar a su abuela en Budapest, de vuelta a sus estudios en La Sobornne. Jesee sólo dispone de las breves horas que restan de ese día hasta la mañana siguiente en que sale su vuelo de vuelta a casa y a su rutina. En un arranque de inspiración (de esos que se tienen cuando uno es veinteañero) Jesse le sugiere Céline que ambos se apeen en Vienna para pasar lo que queda del día juntos, conocerse mejor y explorar una situación insólita, seguramente irrepetible para ambos. Lo que sucede a continuación es una larga sucesión de conversaciones y paseos por Vienna, por completo carentes de la típica cualidad de tarjeta postal a la que recurren los cineastas en este tipo de escenarios. Jesse y Céline caminan por calles y bares anónimos, se detienen en un cementerio para rememorar un episodio en la vida de ella, visitan tiendas de vinilos de segunda mano, conversando todo el tiempo sobre sus vidas, sus expectativas de futuro, su visión del mundo y las relaciones humanas.


La película en todo momento se mantiene emocionalmente sincera, sin afectaciones, manteniendo el interés en la pareja mientras se mueve por la ciudad. Ellos son los absolutos protagonistas, la cámara siempre está con ellos recogiendo sus impresiones y reacciones, la sutileza de sus miradas y gestos. Podemos ver claramente en cada movimiento corporal, en cada sonrisa incómoda como el romance va tomando forma desde un impulso pasajero hasta una revelación emocional profunda y significativa: el momento en que escuchan un vinilo en una estrecho compartimento, explorándose con la mirada alborozada, concientes de la atracción mutua; el primer beso en la cabina de la rueda de la fortuna (que me gusta pensar es la misma en la que conversaban Orson Welles y Joseph Cotten en The Third Man); la primera disensión de opiniones, la creciente constatación de que están condenados a separarse quizás para no volverse a ver nunca más. El trabajo de Hawke y Delpy es aquí nada menos que revelador. La inmediatez emocional, la sinceridad de intenciones, la total falta de interes en vendernos un falso cuadro romántico, sino apostando por una legítima indagación de las relaciones humanas en toda su inherente belleza y fragilidad, es absolutamente fascinante de experimentar. En el proceso interno de cada actor, se nos hace claro que la atracción y la sintonía intelectual entre sus personajes es real y definitoria. No hay un sólo paso en falso – ni de parte de los actores ni del director - que desdiga la autenticidad de la experiencia, que aceptamos en todo momento como real.


Antes de acabar la noche la pareja se habrá imbricado del todo, consumando su pasión a la oscuridad de un parque tan falto de atractivo turístico como el resto de su recorrido (de todos modos, estoy seguro que esta película es la más conseguida carta de presentación para la ciudad que pueda existir). A la mañana siguiente, la realidad les vuelve palpable la urgencia de su precaria situación. Las circunstancias les separan sin remedio ¿Habrán de volver a encontrarse? En la estación del tren deciden que sí. Dentro de seis meses, en ese mismo lugar. Se besan con desespero y se despiden. La película termina sin respondernos esa pregunta crucial, que queda flotando en el aire dispuesta a tener tantas respuestas como espectadores haya. Dejamos a los personajes sumido en sus respectivos pensamientos, atesorando lo que han vivido, moviéndose en direcciones opuestas. Tendría que pasar largo tiempo para averiguar si realmente Jesse y Céline volvieron a verse.










En el año 2004, finalmente Linklater llevó a las pantallas Before Sunset, la continuación en la historia de estos dos amantes, esta vez guionizada en triunvirato por el director y su pareja protagonista. El panorama vital de los personajes es bastante distinto, lo que es de esperar dada la cantidad de tiempo transcurrido. Jesse es novelista de profesión y está en Paris por un día presentando su nuevo libro, This Time, inspirado directamente en los sucesos de aquella noche en Vienna nueve años antes. Ante las preguntas de los periodistas (que representan las posibles variantes en la resolución de la historia original a ojos del espectador: sí se reunieron pasados los seis meses; no lo hicieron; queremos creerlo, pero existen las dudas) Jesse elabora sobre sus motivaciones y temas dentro del libro. Mientras explica sus puntos de vista, vemos flashbacks silentes de aquella noche, cada imagen informándonos mediante contraposición con las palabras de Jesse lo mucho que significó el episodio para él. Al mismo tiempo, reconociéndose en la novela, Céline decide aparecer de sorpresa en la presentación, aparentemente de forma amigable e inocente. Dos viejos conocidos que se reencuentran.


Ambos, logicamente, son personas más maduras y zarandeadas por las circunstancias. Lejos están de ser los jovenes románticos e intelectualmente idealistas que conocimos en Before Sunrise. Pero aún siendo esto verdad, de muchas maneras continuan siendo fieles a sus propias visiones de la vida. Jesse aún es un romántico ocultándose en una pose de leve cinismo, aunque ahora es más honesto consigo mismo. Céline no ha renunciado del todo a su idealismo, aunque es mucho más consciente de sus limitaciones a la hora de querer cambiar el estado de las cosas. Ambos tienen parejas y responsabilidades varias, Jesse incluso tiene un hijo. Y con sólo mirarse durante un rato, es claro que la atracción sigue ahí. Una afinidad emocional más fuerte que los años. Before Sunset es la crónica menor de como ese amor latente vuelve a surgir a la superficie. De cómo las experiencias de la vida nos golpean, nos modelan a la fuerza e intentan destruir nuestros sueños, triunfando en ocasiones. Y de cómo es posible que ciertas cosas en nuestras vidas, demasiado poderosas, se niegan a morir sin dar batalla.


Al igual que en los flirteos inocentes de Before Sunrise, el reencuentro de Before Sunset es incómodo, lleno de sutiles exploraciones mutuas y devaneos con segundas lecturas. Jesse y Céline son seres humanos mucho más vividos. Reconocen internamente, y entre ellos, las limitaciones de sus respectivas vidas. Hay una profunda insatisfacción no expresada en ambos bullendo bajo la superficie, esperando detonar de alguna manera, buscando una válvula de escape. La casi imposibilidad de recuperar un momento vivido tanto tiempo antes es un sentimiento que les acompaña constantemente mientras caminan por las calles de Paris (nuevamente, no hay intención turística que traicione la puesta en escena). Buena parte de la película se ocupa de poner al día las circunstancias de ambos, las maneras profundas y a veces amargas en que las cosas experimentadas desde su breve romance los han marcado en lo emocional, al punto de hacerles cuestionarse constantemente. El tono sigue siendo el de una absoluta sinceridad, una característica amplificada por el conocimiento de que los propios actores han intervenido en la creación del guión. Cambiando Vienna por Paris, Linklater acompaña en silencio a sus personajes mientras se confiesan existencialmente sin nunca ponerse en el medio de la narración, replicando la forma y el fondo de la primera parte. Su estilo es informal y casi naturalista, como ver el testimonial de dos personas sacadas de la calle. La sensación de deja vu en el espectador es emocionante, nunca se nota pesada por la repetición o forzada por las circunstancias de un demiurgo oculto tras bambalinas. Al igual que los propios protagonistas en su reunión, intentando frágilmente reconciliar y reconectar sus sentimientos, para el espectador reencontrarse con Jesee y Céline es algo agradable, pero ligeramente amargo, doliente incluso, debido a los cambios que se han producido en ellos (y muy probablemente en nosotros mismos).


El espacio de tiempo que separa ambas películas es el mismo que separa a los personajes dentro de la historia y eso dota a este segundo encuentro de una insoslayable patina de melancolía y una fuerte sensación de oportunidades desperdiciadas. Jesse y Céline no se han visto durante practicamente una década por que, nos enteramos con una gran decepción, su planeado reencuentro nunca sucedió. Él sí se presentó en la estación del tren, seis meses después, aunque fue en vano. Es precisamente ese desencuentro lo que, en buena medida, a definido sus posteriores vidas y aunque Céline se muestra en un primer momento serena y resignada con la situación (fueron sus circunstancias personales lo que anularon la cita), su calma aparente oculta una considerable amargura, cuya repentina revelación será el punto dramático central de la cinta. Es impresionante la resonancia emocional que produce ese episodio en el espectador. La crudeza de las emociones, la sinceridad de las reacciones (hay un bello eco aquí cuando Céline intenta acariciar el cabello de Jesse; el mismo acto se producía en Before Sunrise de forma inversa, Jesse intentaba acariciar el de Céline) y la absoluta falta de artificiosidad narrativa hacen del breve episodio algo profundamente conmovedor. La desnudez emocional es absoluta por parte de Céline, su confesión dolida y valiente. La comprensión de Jesse - abrumado por la revelación que los sentimientos de ella reflejan exactamente los suyos - altera la percepción, hasta ahora anestesiada por la rutina de su insatisfactoria vida familiar, de su propia nunca antes verbalizada frustración con ese episodio de su vida. Con las cartas emocionales sobre la mesa, tal parece que la opción es obvia. Pero queda una última cuestión en el aire, sugerida, pero no formulada. Con las responsabilidades emocionales adquiridas en el camino por ambos y el bagaje de experiencias que parecen separarlos más que unirlos ¿Que posibilidad real hay de volver a reconectar una relación que, evidentemente, significa tanto para los dos? La respuesta no es simple ni definitiva. Como la vida.


Hay mucho que admirar en estas dos excelentes películas. El estilo diáfano de su narración, el compromiso de Linklater y sus actores con la historia que quieren contar, la honestidad de sentimientos, la inteligencia de los diálogos, la valentía de sus finales abiertos. Aunque se puede decir sin mucho lugar a error que Before Sunrise es una visión más idealizada del proceso de enamorarse – como debe ser, después de todo la película existe como una prueba de que el amor puede ser algo maravilloso e iluminador – no es menos cierto que Before Sunset es, en contra partida, una visión más realista de las consecuencias a tener en cuenta cuando nos embarcamos en estos viajes caprichosos de los sentimientos que son las relaciones de pareja. Linklater y sus actores han logrado urdir un tapiz de emociones de gran sutileza y profundidad, sin caer en lo vaciamente pretencioso o el burdo despliegue melodramático de una novela rosa. De hecho, la gran finura de sentimientos y remordimientos desplegados por los personajes y el loable trabajo actoral, hacen de Jesse y Céline dos seres humanos complejos y redondos. Figuras tridimensionales del todo reconocibles por la platea en sus errores, falencias e imperfecciones. El eco de sinceridad que entonces se desprende de la historia y sus vericuetos emocionales se compenetra magníficamente con las necesarias estilizaciones de puesta en escena (que son pocas y bienvenidas, de todos modos, unos cuantos acertados apuntes poéticos por parte de Linklater).


Sobre el final de Before Sunset, Céline toma la guitarra en su apartamento y canta para Jesse una composición personal que recoge sus sentimientos sobre aquel lejano día (compuesta por la propia Delpy, al igual que dos canciones más que aparecen en la película) – en uno de esos momentos cinematográficos cálidos, simples y hermosos que escapan a cualquier posible descripción objetiva – y nuestra lealtad hacia los personajes deviene, con fina magia, la misma que tendríamos con unos viejos amigos. Es una empatía que a ojos lerdos parece fácil de conseguir, pero que en realidad es el truco cinematográfico más dificil del mundo. Cuando la última nota, flotando en el aire, se desvanece en el éter dejando sólo el silencio de las miradas cómplices, la película alcanza su punto creativo más alto. Before Sunset, como su primera parte, carece de conclusión. No hay juicios definitivos sobre los personajes ni visos de resolución a su vicisitud. Sin embargo, el plano final es sugerente y está lleno de una dulce, prometedora esperanza. Ojalá Linklater, Hawke y Delpy decidan volver a visitar las vidas de Jesse y Céline algún día. Siempre es bueno reencontrarse con almas afines.