23 de septiembre de 2008



Cool Hand Luke
Dirigida por Stuart Rosenberg









Sin duda, esta película contiene una de las interpretaciones más famosas de Paul Newman y nos presenta también uno de sus personajes más apreciados y queridos por el público. El Luke del título es un personaje rebelde y existencialista, totalmente en sintonía con los aires contestatarios de la época (fue estrenada en 1967), al que Newman insufló un aire de antihéroe trágico y de fuertes tendencias fatalistas. El envoltorio de panfleto anti autoritario que el director le da a la historia, encumbró al film como uno de los referentes cinéfilos de sus tiempos junto a otras películas de temática similar estrenadas casi simultáneamente, como Bonnie and Clyde o The Dirty Dozen. Ya esto bastaría para hacer de la película una obra interesante y muy rescatable, pero Cool Hand Luke – aunque ciertamente tiene la presencia magnética de Newman como gran reclamo, a esta altura de su carrera ya un icono por sí mismo - también tiene a su favor una muy interesante dirección de Stuart Rosenberg, quien logra no sólo manejar impecablemente el relato, sino que también le imprime segundas lecturas que, aunque un poco obvias, resultan muy afortunadas dentro del contexto de la película y están bien aplicadas.

Rosenberg, que había estudiado literatura, pero se había hecho ayudante de montaje con posterioridad, provenía del mundo televisivo de New York (donde se había iniciado profesionalmente en 1958) con un larguísimo currículo en series de televisión - The Untouchables, Alfred Hitchcock Presents, The Twilight Zone - y telefilms bajo el brazo, antes de pasar al cine. Cool Hand Luke fue su debut en las grandes producciones y repetiría colaboración con Paul Newman en otras dos ocasiones más: Pocket Money en 1972, una película injustamente subestimada donde el actor compartía cartel con Lee Marvin ( y cuyo guión pertenecía a Terrence Malick) y The Drowning Pool (1975), una película comercial, pero muy estimable, segunda incursión de Newman en su personaje del investigador privado Harper (cuya película original es otro título emblemático de su carrera). La filmografía de Rosenberg es sucinta – 14 films en poco más de 20 años – y ecléctica, donde se mezclan mayoritariamente títulos policiales, de acción y carcelarios (años más tarde firmaría el Brubaker de Robert Redford) con alguna rareza, como su incursión en el terror The Amitiville Horror (1979). En todo caso, sus mejores obras las realizó en los sesenta y principios de los setenta, siendo Cool Hand Luke su obra más estimada.

Luke es un veterano y condecorado héroe de guerra (asumimos que de la Segunda Guerra, la película no nos dice nada al respecto, lo que la hace extrañamente atemporal) que termina cumpliendo dos años de condena por una ofensa tan absurda como cortar las cabezas de los parquímetros de la ciudad (la secuencia que abre la película y que nos define a Luke como personaje con una gran economía de medios). Desde el mismo momento que llega a la prisión destaca por sobre los demás reclusos por su naturaleza solitaria, su resoluto buen humor y su continuo cuestionamiento de las reglas y regulaciones que dan forma a su diario vivir. Al principio, Luke guarda las distancias del resto de reclusos – liderados por Dragline (George Kennedy, ganador de un Oscar por este papel) una montaña humana de mente infantil y fuerte temperamento – hasta que una acalorada discusión lleva a los dos hombres a un match de box, la forma instucionalizada de arreglar las rencillas al interior del grupo. Luke es salvajemente golpeado por Dragline durante el combate, pero no renuncia a seguir peleando ni se somete a los consejos de que se rinda. Es esta una secuencia muy significativa, puesto que pondrá la nota sobre como se desarrollará el resto de la historia. Nótese el tono juguetón que abre la secuencia – la típica pelea de bravucones, coreada por el resto de los presos – y como lentamente la obstinada actitud de Luke por seguir peleando más allá de lo que el sentido común aconsejaría, transforma esa actitud juguetona en algo mortalmente serio y doloroso de observar. Para cuando la pelea termina – con Luke desfallecido, pero aún lanzando golpes de ciego – ya nadie vitorea a nadie. El silencio es sepulcral y los hombres se alejan, incómodos por lo que han observado. El recorrido vital del protagonista ya está planteado, de forma magnífica, en esta sencilla secuencia, aunque es necesario ver toda la película para caer en su verdadera significancia.

A partir de este incidente, podemos ya intuir las características de Luke como ser humano. Hay algo en él más poderoso que su capacidad de raciocinio, que le empuja a cometer actos o tomar sendas irremediablemente condenadas a ponerle en entredicho con la autoridad, cualquiera sea su forma. Luke es un rebelde, no por elección, sino por que no sabe hacer otra cosa. Es su naturaleza y su maldición. Esto nos queda claro en la escena en que su madre (la fantástica Jo Van Fleet, en un rol que es casi un cameo) le visita y podemos ver en sus respectivas confesiones – la mujer ha venido a despedirse ya que está agónica – como el turbulento pasado de ambos se deja entrever en las palabras que se dicen y las expresiones de sus rostros.

La fuerza de carácter que Luke ha demostrado al no querer darse por vencido en la pelea, sin embargo, termina por ganarle la simpatía de Dragline, quien le bautiza Cool Hand Luke, cuando, contra todo pronóstico, gana una partida de poker haciendo un bluff ( “A veces no tener nada, es una buena mano”, dice Luke sonriente). Luke es aceptado por el grupo, a pesar de que mantiene una actitud solapadamente desafiante hacia la autoridad del Capitan (Strother Martín, un estupendo actor de carácter, aquí en uno de sus papeles más recordados y voz de uno de los monólogos más famosos de la historia del cine: “what we got here...is failure to communícate...”) y los guardias de la prisión, especialmente hacia Boss Godfrey al que Rosenberg presenta como la forma más impersonal – jamás vemos sus ojos, siempre cubiertos por unas gafas de sol – y silenciosamente despiadada de represión (los primeros planos de sus gafas es una de las tantas imágenes que identifican a la película y ha sido parodiada innumerables veces). Tanto el Capitán como Godfrey saben que están manejando un individuo explosivo, que terminara por saltarse las reglas y desafiarles en su autoridad, algo que saben no pueden permitir. Con la determinación de quebrar su espíritu, comienzan una guerra sicológica a partir del momento que Luke se entera de la muerte de su madre. Lo que no saben es que, siguiendo esa senda, han abierto una nueva y fatal veta de rebeldía en Luke, una de proporciones insospechadas. Si hasta aquel momento los juegos de Luke habían sido inofensivos – la famosa secuencia en que devora 50 huevos cocidos, para ganar una apuesta – y su rebeldía hacia la autoridad de los carceleros se limitaba a sus filosas palabras, siempre desafiantes en sus dobles sentidos, con la muerte de su madre algo se ha quebrado en su interior. La mirada en sus ojos y su actitud dejan claro que las apuestas han subido y que ya no tiene nada que perder en sus irreflexivos desafíos.







Comienza así un accidentado recorrido por una ruta marcada por las fugas fallidas, la frustración impotente, el dolor físico y la humillación. A pesar de esto, Luke parece ser inconsciente de las potenciales consecuencias de sus actos y su destino final es dolorosamente obvio para todos. Y es que ha pesar de poseer un aspecto de humor iconoclasta y de juvenil regocijo en las correrías del protagonista (cada fuga es recibida como un gran acontecimiento entre los presos), Cool Hand Luke es una película teñida de tristeza y con un foco de existencialismo que termina convirtiendo sus chillonas notas de humor en consternados gritos de furia ante la futilidad de las cosas. El único remedio, parece decirnos Luke, para sobrellevar el absurdo de la existencia es la rebelión y el inconformismo. Romper las reglas le da sentido, aunque sea de manera fugaz, a una ordenación del mundo que parece carecer de lógica. Es evidente por qué la película se convirtió en el icono cultural que terminó siendo - aunque en su momento, la cinta fue recibida tibiamente por la crítica especializada - puesto que Luke es mostrado como la máxima expresión del rebelde sin causa y casi se podría asegurar que es una extensión lógica del personaje de James Dean en la famosa película de Nicholas Ray.

Por otra parte, los tonos cristianos de la historia son demasiado evidentes como para no reparar en ellos. Toda la historia está estructurada como una variación laica de los mitos de Jesús, con Luke haciendo de iluminado que trae a las masas esclavizadas el nuevo mensaje de inconformismo. Siguiendo esta lógica, si Luke hace el papel de Jesús, los reclusos serían sus discípulos en un primer momento y, consagrado su sacrificio, terminan por ser sus apóstoles. Los distintos episodios de rebelión con los que Luke perturba la monotonía del presidio, vendrían a ser sus milagros – el episodio de los 50 huevos, termina con una simbólica imagen de Luke “crucificado” – y el hecho de que Dragline sea testigo de su final, le convierte en Pedro, piedra de la nueva fé. De hecho, la película cierra con una coda, Dragline relatando las ahora embellecidas aventuras de Luke a los nuevos reclusos – vale decir, expandiendo las enseñanzas del maestro – y un plano final increíblemente contundente: una vista aérea de una cruce de carreteras (o sea, una cruz) sobre cuya imagen Rosenberg sobre impone una fotografía de Luke con dos prostitutas, una a cada lado (Jesús y los pecadores en el Gólgota). Y si queremos ser realmente puntillosos, podemos observar que Dragline significa en ingles red de pescar. Todos sabemos cual era la profesión de Pedro antes de ser apostol...

Hay muchos otros detalles como estos para quien quiera buscarlos y no representan ninguna novedad para quienes se hayan detenido un poco a analizar la historia o a leer la multitud de ensayos que se han escrito sobre el tema. Lo importante es que estos elementos, a pesar de ser integrales en la estructura del guión, no resultan un lastre para la historia y se pueden sublimar fácilmente si decidimos disfrutar de la película en su otra vertiente. Y ésta es la de una recuperación de las cintas carcelarias de los años `30 y `40 que la Warner – el mismo estudio que produjo Cool Hand Luke – estrenara con gran exito y prestigio para las carreras de Paul Muni (I Am A Fugitive Of A Chain Gang) y James Cagney (Each Dawn I Die), por ejemplo. La película parece querer recordarnos este punto de manera tácita con los uniformes que llevan los presos y sobre todo la ambientación de época que, como se ha dicho, parecer querer ser intemporal, pero definitivamente tiende hacia los años `40.

Hay algo en los relatos carcelarios que llama a la identificación de la platea. Quizas sean sus raices literarias – El Conde de Monte Cristo, El Hombre de la Mascara de Hierro, etc. – que despiertan una respuesta preprogramada en nuestro inconsciente. Quien sabe. Lo cierto es que las desventuras carcelarias llaman a la lealtad del espectador, sin importar la posible culpabilidad del protagonista – pensemos en el Papillón interpretado por Steve McQueen, por ejemplo, el Brad Davis de Midnight Express o el Clint Eastwood de Escape From Alcatraz – dado que sus martirios nos los dimensionan como figuras heroicas y muchas veces trágicas. Un aspecto de identificación nunca mejor aplicado en la figura de Luke. No podemos obviar que Luke es culpable – aunque su trasgresión es definitivamente insulsa e inofensiva – y que si ha terminado entre rejas, es exclusiva culpa suya. Por esto, si dejamos a un lado el aspecto de alegoría religiosa, la película es un conseguido relato carcelario con todos los ingredientes que las hacen tan clásicas y disfrutables: un protagonista carismático, un reparto de interesantes y muy bien aprovechadas presencias secundarias (esta película es ejemplar en este aspecto), un villanos debidamente despreciables y una justificada motivación para la huida. Condimentado todo esto con deliciosos episodios que ayudan a humanizar a los personajes y unos cuantos intentos de fuga que aportan el correspondiente factor de suspenso.

Cool Hand Luke es, en este sentido, una película extremadamente lograda, pero no sería ni la mitad de efectiva si no fuera por su elemento de tragedia. A pesar de lo irreflexivo de sus actos, Luke parece ser consciente que está caminando por una senda predestinada – otra alusión a Jesús – y es la inutilidad de sus esfuerzos por rebelarse contra su propio destino lo que hace de la película un relato dimensionado por la ironía de la situación y lo trágico de su resolución. El calvario – creo que nunca mejor dicho – que Luke experimenta en sus distintas fugas, son las estaciones del Cristo hasta la cruz. Incluso, el director nos presenta a Luke conversando con Dios en momentos de duda y su final, apropiadamente, se produce a la sombra de la cruz, en una iglesia abandonada. Al igual que Jesús no puede huir de su misión, Luke no puede darse la espalda a sí mismo, por que la lucidez de su postura se lo impide. Por eso, cuando decide – nuevamente, de forma casi irreflexiva - su postrer acto de desafío, que deviene tan fútil como absurdo, resulta doloroso verle caer. Y, no obstante todo esto, la victoria final es para Luke – la última vez que le vemos, nos sonríe, mirando directamente a la cámara – y para aquellos que le conocieron, quienes devienen mejores seres humanos por ello. Tal vez, la institucionalidad haya acabado deliberadamente con el rebelde - la película no deja duda al respecto - pero el mensaje de rebeldía vive en la conciencia de los vivos (al igual que en otra gran obra sobre la preservación de la individualidad, One Flew Over The Cucoo`s Nest de Milos Forman).

Tanta alegoría podría haber hundido el relato, pero Rosenberg maneja estos elementos con la debida propiedad, sacándolos a relucir en los momentos precisos y dejándolos el resto del tiempo en segundo plano, por lo que el aspecto existencialista es el que termina por quedar en la superficie y es por su vena contestataria por lo que la película es justificadamente recordada y admirada. Cool Hand Luke es una gran película, sobra decirlo, y un clásico indiscutible de un tiempo en que el cine comercial de Hollywood parecía ansioso de decir cosas importantes, mientras nos entretenía de manera engañosamente simple.