4 de febrero de 2009


The Whole Wide World
Dirigida por Dan Ireland














“To make life worth living a man or woman has to have a great love or a great cause…

I have neither… The road I walk, I walk alone”


All fled, all done
So lift me up on the pyre
The feast is over
The lamps expire


Robert E. Howard





Una preciosa e intimista historia de amor perdido, de desencuentros y entereza nacida de la fatalidad es lo último que podríamos esperar de una película cuyo eje central es la figura de Robert E. Howard, el texano padre literario de Kull, The Conqueror, Solomon Kane y, por supuesto, Conan, The Barbarian. Pero es precisamente eso lo que nos depara este film de 1996, coproducido por el mismo Dan Ireland en colaboración con su actor protagonista, Vincent D’Onofrio. Con apenas poco más de un millón de dólares de presupuesto (más o menos el valor del catering en la última película de Michael Bay) y completado en breves 24 días de rodaje, el film no sólo resultó ser un triunfo artístico, también lanzó a la fama a su protagonista femenina, Renée Zellweger, quien saltaría ese mismo año de esta cinta independiente a darle la replica a Tom Cruise en Jerry Maguire. La película languideció brevemente en salas de cine, criminalmente descuidada en su estreno por Sony Pictures Classics, y poco tiempo después fue archivada. A pesar de la fama actual de la Zellweger, The Whole Wide World continua siendo una fulgurante joya a descubrir.


Inmediatamente después de revisar la estupenda adaptación de Conan realizada por John Millius, se me vino a la memoria la historia del particular y altamente improbable romance que Bob Howard viviera a principios de los años ’30. Seguidamente sentí deseos de sentarme a ver otra vez esta notable película, para muchos desconocida, pero que en lo que a mí respecta es una de las más hermosas que he tenido la suerte de encontrar en esta última década. Recuerdo haberme topado con ella de pura casualidad en un canal de cable a una hora muy indigna de la madrugada (la hora en la que se descubren la mayoría de las buenas películas, en todo caso) y luego pasarme semanas esperando que la repitieran para poder copiarla en VHS. Finalmente, lo logré y no paré de darle la lata a cuantos se me cruzaron en el camino (incluido mi profesor de Historia del Cine) para convencerles de que la vieran también. La mayoría me ignoro. En fin. El caso es que me enamoré hasta la médula de esta película y diez años más tarde sigo enamorado de ella, a tal punto que está en un lugar muy alto de la breve lista de dvd’s que me llevaría a esa isla desierta de la que todo el mundo habla. No me avergüenza confesar que, a día de hoy, The Whole Wide World aún logra conmoverme hasta las lágrimas cada vez que me dejo atrapar por su bella historia (si, soy de los que lloran con las películas, cuando se lo han ganado).


La cinta narra los turbulentos altibajos en la devastadora relación que Howard sostuvo con la escritora Novalyne Price Ellis, por aquel entonces una joven maestra de escuela con idealistas aspiraciones literarias. Una relación que fue en un primer momento de maestro / pupila, con Howard aconsejando a Novalyne sobre los pormenores del oficio para luego derivar en un romance muy heterodoxo, pero romance al fin al cabo, que marcaría a ambos para el resto de sus vidas. A pesar de la excéntrica y muchas veces antisocial conducta de este hombre silenciosamente atormentado, la muchacha no puede evitar sentirse fascinada por la poca convencional figura de Howard, siendo ella misma un ser humano en busca de una avenida apropiada para su libertad de expresión. Robert Howard era un misántropo que a ratos podía ser cortes, sensible y encantador, sin duda, pero también era un ser humano inestable en lo psicológico, paralizado por una fijación materna casi enfermiza que coartaba su posible desarrollo emocional. El retrato de D’Onofrio, todo él sutilezas psicológicas a través del lenguaje corporal, es tremendamente efectivo. Admiramos y detestamos al escritor por ser como es. Por cada momento que actúa como un hombre genuinamente enamorado, el personaje da tres pasos en falso donde su innato desbalance emocional le traiciona de forma dolorosa. El actor da una fantástica muestra de comprensión y empatía hacia su personaje de manera que – como espectadores – siempre estamos de su lado, sin importar lo reprobable que su conducta nos parece en ocasiones.


Esto es especialmente importante si consideramos que, histórica y creativamente, la figura literaria de Howard no está libre de polémica dada las veladas (y no tan veladas) cuotas de xenofobia y misoginia, abundantes en sus historias. La película es en buena medida una mirada iluminadora a la existencia de uno de los creadores más incomprendidos del siglo XX, si bien con las acostumbradas licencias dramáticas de este tipo de proyectos. Es muy cierto que era un creador excéntrico e idiosincrásico, rasgos de su persona que la película retrata con fidelidad (e incluso atenúa un poco por que, según el director, “nadie se creería las cosas que se le ocurría hacer a este hombre”) pero que bajo prismas modernos algunos consideran que no le exculpan de sus prejuicios. No me sumo a este punto de vista pues – sin disculparlo - considero que Robert Howard, como todo creador, es necesariamente un producto de su tiempo. Pero es evidente que, de no ser por el honesto retrato emocional de D’Onofrio, las aristas más oscuras de la figura del escritor jugarían en contra de la historia. Bajo esta patina de sincera empatía, aceptamos todas las galopantes imperfecciones del personaje: Howard es parte salvaje, parte noble y todo un poeta. Escribe sus historias a grito pelado, dice lo que piensa sin importarle quien le escuche, se viste de forma estrafalaria (para la época), es socialmente inepto y está lleno de bullentes recelos hacia la sociedad moderna. Todo un cuadro de costumbres.










A primera mirada, a cualquiera le resultara difícil entender por que Novalyne se fijó en este conflictivo ser humano. Es un testamento a la excelente interpretación de Zellweger – francamente, nunca ha estado mejor que en esta película – el que aceptemos el amor que despierta en ella la figura de Howard, basándonos exclusivamente en la intensidad reveladora de su mirada. Toda la complejidad de su relación está en las sinceras expresiones del rostro de la Zellweger: del escándalo a la comprensión, del cariño sincero al amor, de la decepción al dolor y de ahí a la renovada fortaleza. Novalyne comienza como una mujer insegura y en busca de una inspiración que defina su vida, su relación con “the best pulp writer in the whole wide world” según sus propias palabras, le brinda esa fuerza interna de reafirmación que necesita para perseverar en sus sueños literarios. Hacia el final de la película sabemos todo lo que hace falta acerca de ella y la fascinación que sentía por Howard para crear nuestro propio cuadro de sus motivaciones y sentimientos, siendo en todo momento cómplices de su viaje vital. Con todo lo dolorosa que llegó a ser su relación con él, Novalyne es un ser humano distinto y mejor gracias al hecho de haberle conocido. Es el inamovible recuerdo del hombre – marcado trágicamente por su suicidio - lo que lleva finalmente a Novalyne a la escritura, aunque será una larga senda hasta la consumación de su sueño. Es todo un prodigio de actuación, lleno de sensibilidad y desnudez de pretensiones. No me incomoda decir que así como estoy enamorado de esta película, también estoy enamorado de la imagen de la actriz como Novalyne en ella.


La primera parte de la película es un proceso de exploración y tímido cortejo por parte de los dos personajes tan logradamente sutil en lo emocional como magníficamente presentado en términos dramáticos, punteando cada pasaje con largas y significativas conversaciones donde Novalyne y Howard se nos perfilan como seres humanos completos, más allá de ser unos personajes bien escritos. Hemos de recordar que la mayor parte del metraje consiste en los dos dialogando durante paseos a pie o en vehículo, comidas caseras o en restaurantes, por teléfono o sentados en el porche de una casa por lo que la experiencia de ver la película es un compromiso asumido por parte del espectador para con el sereno ritmo del film. Estamos en los años ’30 cuando conversar significaba algo y las palabras todavía tenían valor. Por tanto, es esta una cinta donde la palabra reina y la calidad de los diálogos es excelsa, no por una altisonante calidad literaria, sino por su simpleza y contundencia. Una vez que su relación llega a un nivel que pone nervioso al lobo solitario que Howard lleva dentro de sí – magnifica la escena en que él resiente que Novalyne le considere un hombre “sensible” - la cinta deja entrar el desencuentro, las discusiones y la progresiva constatación por parte de Novalyne que su amor nunca podrá consumarse en una relación estable. Con el desencanto en el corazón, Novalyne decide seguir con su vida, pero Howard no es una criatura fácil de abandonar o que se resigne a lo inevitable, a pesar de sí mismo.









Aunque en buena medida se puede decir que The Whole Wide World es una “chick flick” por su tema y presentación, limitar la cinta a esa perspectiva sería hacerle un flaco favor. La complejidad de los retratos psicológicos – creo que nunca la controversial figura de este escritor maldito ha sido vista bajo una luz tan humana y comprensiva – y la limpidez de emociones que fluyen de los personajes eleva el trabajo de Ireland por sobre un subgénero tan poco dado a los sentimientos genuinamente humanos como el de las “películas para chicas” (lo siento, pero esta clase de cine está construido sobre clichés, frases hechas y estereotipos que, salvo alguna rara excepción, las hacen cualquier cosa menos obras honestas). Y es que la historia de Robert y Novalyne es la crónica de un episodio real que marcó profundamente las existencias de estos dos seres humanos reales. Novalyne, luego de que Howard pasara a ser un fantasma del pasado, se dedicaría a la enseñanza durante el resto de su vida y no publicaría oficialmente como novelista hasta pasados los setenta años, ya retirada. Sus memorias “One Who Walked Alone” fue su primer libro y es precisamente una mirada sensible y sentida al difícil y muchas veces incomprensible hombre que el destino le hizo amar, aunque ella negase que alguna vez quisiera a Bob Howard más allá de la amistad que los unió por dos tempestuosos años, aún cuando el trágico final del escritor dejase una dolorosa marca en ella. Ante todo, Price Ellis publicó su libro para contrarrestar la imagen desfigurada que muchos estudiosos de la Literatura estaban dando de su querido amigo a principios de los ’70, cuando la herencia literaria de Howard y otros creadores pulp de lo fantástico y la ciencia-ficción estaba siendo recuperada por nuevas generaciones de lectores y escritores.


En el audio comentario que incluye el dvd (editado por Sony) Ireland detalla una reveladora anécdota al respecto. Novalyne Price sirvió como consultora durante la filmación – a propósito, Michael Scott Myers, el guionista que adaptó las memorias de Price al cine, había sido alumno suyo en la escuela primaria, ¿no es acaso una bella simetría? – y en una ocasión en que el director le escucho repetir este comentario sobre su relación con el escritor, Ireland procedió a releer el texto original de One Who Walked Alone durante una noche entera. Al día siguiente abordó a Price sobre el tema. Ireland le indicó, con mucho tacto, que la intensidad de sentimientos que desprendían las páginas del libro la contradecían totalmente. La silenciosa respuesta de Novalyne fue demasiado humana. La anciana mujer se ruborizó.


Es esa palpable sensación de intimidad revelada lo que hace de este film la maravillosa pieza de cine que es. El retrato de personajes es tan íntimo y tan cercano que cada doloroso paso en falso que Howard inevitablemente da para sabotear su propia felicidad resulta insufrible para nosotros. El desencuentro cuando llega no es tanto previsible como amargamente descorazonador. No queremos ver a estos dos seres – tan distintos y, sin embargo, tan correctos el uno para el otro – alejarse de su propio, pequeño universo que se han creado para sí mismos. Pero los demonios que atormentaban a Howard eran demasiado poderosos y Novalyne no tiene más remedio que alejarse para no ser consumida por el vortex emocional de una persona claramente inestable, aunque genial a su manera. Y, sin embargo, como se dice, siempre quedará Paris.


Ireland da rienda suelta a una genuina sensibilidad en la dirección de actores y en la sutileza de las composiciones de cuadro. Sabe cuando reforzar un momento para volverlo significativo a través del preciso movimiento de cámara o el apropiado acompañamiento musical. A este respecto, es notable que sólo haya un movimiento ostensible de cámara – ese maravilloso plano que va de lo general al detalle de las manos tomadas – en tanto que durante el resto del film el posicionamiento de la cámara es casi estático de no ser por suaves, casi imperceptibles desplazamientos de recomposición. The Whole Wide World es un manantial de bellas, a veces sublimes composiciones visuales y aunque el naturalismo de las imágenes permea todo el aspecto visual, Ireland se permite un par de toques poéticos por aquí y por allá. Quizá el más conseguido es cuando Novalyne observa a Howard a través de un cristal, mismo que deforma sus rasgos. Es una metáfora simple, pero perfecta para el momento. A esta altura del relato su relación ya se ha venido abajo, aunque ambos siguen enamorados, y el momento en que Novalyne mirando a la cámara se da cuenta que ese extraño al otro lado de la puerta se ha convertido en la imagen deformada del hombre que ella amaba es realmente triste.


A partir de ese momento, la película se vuelve progresivamente elegíaca hasta terminar en un mazazo emocional exquisitamente bien bordado. Es demoledoramente acongojador, pero también reafirmante de aquella vieja máxima de que la vida a de seguir a pesar de todo. A lo largo de la historia, Howard – si acaso proféticamente – regalaba a Novalyne atardeceres y noches de luna en sus largos paseos por los campos texanos. Quizá haciendo un preludio inconsciente de su propio fin. Es del todo válido entonces que Novalyne termine su viaje a la propia madurez como ser humano con la certeza, existencial y emocional, de que siempre habrá un amanecer que siga a la oscuridad de nuestros momentos más terribles. “Mira, Novalyne, va a ser un hermoso amanecer” le dice la mujer que la ha reconfortado al verla llorar sola en una parada de bus. El luminoso plano final de su rostro sonriente como respuesta es una afirmación de vida tan poéticamente sensible como humanamente honesta.


The Whole Wide World es la clase de película que me recuerda por que me gusta tanto el cine.