15 de enero de 2009



Let The Right One In
Dirigida por Thomas Alfredson













En estos tiempos de multimedia y plataformas digitales, el aficionado al cine se encuentra con dos situaciones típicas. Por un lado, es imposible mantenerse al margen de las novedades y pormenores de las últimas producciones o de los futuros estrenos, por más que hagamos el esfuerzo consciente de mantenernos al margen de la marea de información disponible. De algún modo, las noticias, los detalles sabrosos y los cotilleos tras bambalinas siempre llegan a nuestra bandeja de entrada, casi siempre acompañados de tentadoras imágenes y videos. Y debido a esto, para quien quiere llegar virgen de antecedentes a una película el panorama siempre es complicado. Por otra parte, cuando el aficionado es como su humilde servidor, es decir, un freak que está pendiente de las últimas noticias, de los cotilleos de producción y de las reviews de entendidos y fans recién salidos de pases privados y salas de pre estreno, el panorama es considerablemente más favorable. Sobre todo a la hora de pescar dentro del radar personal esas pequeñas producciones que se escapan a los circuitos comerciales estándar y que si no fuera por ese bendito concepto llamado “word of mouth”, pocas serían las posibilidades de llegar a ponerles la atención que se merecen, dado lo limitado de su circuito de exhibición. Let the Right One In es una de esas películas que dependen exclusivamente del apoyo de la critica especializada y los fans recalcitrantes para encontrar su público potencial. Sobre todo, tomando en cuenta que es una cinta de bajo presupuesto, que toca temas incómodos y para más limitante, se ubica dentro de la narrativa del Horror. Del horror tomado en serio y no como baratija de feria. Del horror como metáfora existencial.

Basada en una aclamada novela del mismo nombre escrita por el sueco John Ajvide Lindqvist – quien también realizó la adaptación para la pantalla – la película es un drama perturbador que utiliza los códigos de la mitología vampírica clásica para presentarnos un relato que nos habla de la soledad más extrema, la fragilidad de la inocencia y de como un romance, condenado de ante mano a la miseria eterna, puede redimir existencialmente a dos criaturas fracturadas en lo emocional. El que una esté viva y la otra sea una muerta en vida, es mera circunstancia. No es fácil aceptar los dilemas y opciones morales que nos presenta la cinta. Dentro de la lógica de la historia, son totalmente aceptables, pero siendo que los protagonistas son dos menores (aunque uno de ellos lo ha sido por décadas y décadas) y que ambos están prácticamente abandonados a sus propios recursos, tanto emocionales como físicos, nos pone en un callejón moral de lo más turbio. Es una de las razones que hacen de la narrativa de este film, algo tan contundente y poderoso.

Oskar es un niño de 12 años que vive acosado por los matones de su escuela. Solitario e introvertido, parece no tener amigos cercanos y la separación de su núcleo familiar - su padre tiene un amante gay – no beneficia en nada su autoestima. Es la victima propicia para un ambiente tan desalmado como es el del patio escolar. Sumado a esto, su mente es una preocupante bomba de tiempo emocional. Oskar juega en su tiempo libre solo, cuchillo en mano, imaginando la venganza sobre sus atormentadores, mientras apuñala un árbol. Mas tarde, le veremos recortando las crónicas policiales del periódico, mismas que guarda en una carpeta especial y secreta, llena de notas de violencia y sangre. Pero Oskar no es un monstruo. Es una criatura emocionalmente frágil, desvalida y en muchos aspectos, terriblemente inocente. Sobre todo, es un alma solitaria que vaga por los campos eternamente nevados de su pueblo en busca de alguien o de algo. Un día, como cualquier otro, al caer la tarde, ese alguien (que también es un algo) llega en la forma de una pequeña de su misma edad. Eli, una niña de apariencia delgada, casi anémica, se ha mudado con su “padre” al departamento siguiente al suyo. No han hablado con nadie al llegar. La luz del departamento se enciende por primera vez y una ventana brilla en la oscuridad. El hombre, diligentemente, cubre los cristales con trozos de cartón...


Uno de los aspectos más satisfactorios de esta magnífica película es que utiliza escrupulosamente los mitos vampíricos clásicos de la literatura y el cine – excepto los ajos y las cruces, que brillan por su ausencia – y los integra de manera sutil e inteligente a la narración. Desde el primer encuentro entre los dos niños (de noche, claro está) no nos queda duda alguna de la condición de la pequeña. Ella da un salto que, sin ser imposible, tampoco es totalmente humano y se pasea por los patios nocturnos en camiseta, ignorando el acuciante frío polar. ¿No sientes frío? Pregunta Oskar, con inocente indolencia. “Ya lo he olvidado”, responde ella. Cuando Oskar la deja sola, Eli se encoge sobre su estomago, con un gesto de dolor y unos apenas perceptibles sonidos, decididamente no humanos, salen de su garganta. Friedman emplea recursos similares (Eli no se convierte en murciélago, pero la escuchamos tomar vuelo y en varias ocasiones, sortea vacíos en un espacio de tiempo imposible) con gran habilidad, para profundizar cada vez más y más en el pozo del horror. La primera noche en el pueblo, “padre” sale a cazar para alimentar a su pequeña. Cuando este intento falla y el hambre se hace insostenible, el monstruo que yace tras la fachada anodina de la niña se deja ver con toda su cruda brutalidad. Las bañeras y unas mantas hacen las veces de ataúd. La luz del día sigue siendo mortal. La mordida, igualmente infecciosa. Etc.

Las victimas se acumulan alrededor de Oskar y Eli, a medida que se tantean mutuamente, siempre de noche, en el patio nevado. El le deja su cubo Rubik a ella (la presencia del juguete y la ausencia de celulares, es lo único que nos dice que la historia está ambientada en los ’80) y más tarde, Eli le dejará mensajes escritos. Oskar copia el código Morse de un libro en la biblioteca y se lo enseña a Eli. La pared que comparten y que divide sus casas, es también su medio de comunicación. Oskar a encontrado una amiga y Eli, quizás, una mácula de salvación. Las sospechas, no obstante, aumentan a su alrededor con cada nueva muerte y el círculo se cierra inexorablemente sobre ellos. Eli es incuestionablemente un monstruo, pero es uno que no está ajeno a la sensación de soledad o a la fealdad de su existencia. Es en la extrema fragilidad existencial de la niña vampiro donde Oskar reconoce en Eli a un alma gemela, así como ella reconoce en Oskar la inocencia que alguna vez ella misma poseyó. Eli es un monstruo sabio (“tengo 12, hace largos, largos años”, dice en un momento) pero no por eso ha dejado de ser del todo un ser herido por las circunstancias que le han tocado vivir, esclava de su nocturno, horrible hábito. Oskar es consciente de que Eli es un vampiro y que, como tal, debería despreciarla, abominarla, destruirla. Pero no puede. Es su única amiga. Y más tarde, su verdadero amor.

Cuando la relación de amistad entre ambos, se profundiza y alcanza niveles de lealtad y sacrificio verdaderos – el adquiere de Eli la fuerza y confianza que necesita para enfrentarse a los que abusan de su fragilidad, ella entra en casa de Oskar sin ser invitada (recordemos los preceptos vampíricos), en un momento de sorprendente y soberbio horror emocional – es cuando nuestras dudas sobre las intenciones finales de Eli, comienzan a tomar forma. La película nunca lo explicita, pero tras la conclusión del relato queda una vaga impresión de que - no obstante el sincero cariño que parece unir a los personajes - en realidad, lo que Eli ha hecho es seducir a Oskar para ser su próximo acompañante. Es una idea perturbadora que, mirada con detenimiento, a estado subyacente toda la película, a un palmo del umbral de nuestra conciencia. Queremos pensar, como Oskar, que Eli es un monstruo con alma. Pero, al caer la noche, ella siempre será un vampiro. Las sospechas se inician cuando su ”padre” da muestras de celos por la relación que se inicia con Oskar y ella le consuela con una ambigua caricia en la mejilla. La expresión en el rostro de él, es inequívoca y reveladora (valga aquí una nota: en la novela, Eli en realidad es un niño castrado y su “padre”, un pedófilo; en la película esto se ha pasado por alto, excepto por un brevísimo plano en que podemos ver los genitales de Eli y una mención por parte de ella en la que confiesa que “no es una niña”).

Cuando, finalmente, el hombre se sacrifica por Eli, en uno de los momentos más conseguidos de la película, la incomodidad moral y emocional que se abate sobre el espectador, es apabullante. La sensación que flota en el aire es la de un terrible circulo vicioso que se cierra sobre sí mismo, para volver a empezar. Con la introducción de esta consubstancial duda, que corroe nuestra mente a pesar del hermoso plano final que cierra el relato, la película termina de erigirse en una de las más conseguidas y escalofriantes cintas de horror que este escriba haya podido experimentar en mucho tiempo. La película no rehuye el gore – las secuencia climática en la piscina es de antología - ni los despliegues pirotécnicos si son necesarios, pero estos dos lugares comunes del género están siempre supeditados a la introspección emocional y el estudio de personajes. Cada uno de estos elementos, a su vez, bajo la dirección precisa de Friedman, está puesto al servicio de aquello que me gusta llamar “el susurro horrorífico”. Esa particularidad que poseen algunas películas para hacernos sentir consternados emocional y existencialmente no por lo que vemos, si no por las implicaciones de lo que no se nos muestra, de lo meramente sugerido en las imágenes y en las personalidades de los personajes (la calidad actoral en este film es soberbia, dicho sea de paso) y en el caso específico de esta película, en los silencios de esos planos muertos que puntean su narrativa.

Let The Right One In es una tremenda cinta de horror, escalofriante y terrible, pero insospechadamente y a pesar de ello, es también una sensible historia de amor entre dos seres desesperados, tan sincera como profundamente conmovedora. Una película, en verdad, notable.