12 de octubre de 2008



Watership Down
Dirigida por Martin Rosen












Esta producción animada de 1978 es una que se aleja mucho, en tono y ejecución, del habitual mundo de decorados estilizados y amables personajes antropomorfizados que la Disney tiene tanta costumbre de usar, una y otra vez, como medio de ganarse la simpatía de la platea. Es, por tanto, una obra más bien excepcional en el panorama de la animación comercial. Especialmente si tomamos en cuenta que es una cinta de factura británica – una industria poco dada a estos productos - y que está hecha con recursos más bien humildes (un hecho que, sinceramente, más que afectar a la película, la ennoblece). Watership Down, si bien recurre a la humanización de sus personajes mediante el uso de voces humanas para darles personalidad, se resiste tozudamente a la tentación de convertir el relato en una cómoda fantasía colorista (una opción de todos modos difícil de aplicar, dado los temas que la película toca) y escoge seguir el legado de la novela original en la que se inspira para ofrecernos una aventura llena de humanidad y veladas alegorías sociales que la acercan más a “Animal Farm” (curiosamente, también de factura británica) que a “Bambi”. Tanto mejor para ella y para nosotros.

Por lo demás, nunca he sido demasiado simpatizante al legado del tio Walt, aunque reconozco los amplios desarrollos técnicos que sus films aportaron (y aún aportan) al medio. Hay algo indefinible en mi carácter que me hace rechazar las edulcoradas narrativas de la Disney y la insoportable pulcritud de sus personajes. Los eternamente impolutos guantes de Mickey Mouse es un buen ejemplo de este último punto. Se trata de una “marca registrada” estilística de la compañía que, todavía siendo niño, me sacaba de quicio y que me hace sospechar del personaje hasta el día de hoy. Paranoias aparte, no puedo negar la importancia de Disney dentro del campo de la animación y tiendo a ser más flexible y dado a la admiración con los films que Walt, el hombre, produjo a principios de su carrera, antes de que su apellido pasase a ser sinónimo de empresa a principios de los ’50. Sin embargo, tampoco puedo negar que la filosofía creativa y de negocios que Disney elaboró desde entonces hasta el presente, me produce repelús (lo único que ha cambiado este panorama – y minimamente, en todo caso - son las recientes colaboraciones Disney/Pixar).

Por eso, siempre que puedo encontrar un film animado que esté fuera del circulo de influencias directas de esta compañía, me regocijo interiormente. Watership Down es esa clase de película. La novela homónima que sirve de base para el guión es obra de Richard Adams y fue publicada en 1972. Se convirtió en un texto muy admirado y si bien en su momento fue analizado como una alegoría social y una reelaboración de temas adherentes a la mitología universal – desde La odisea y La Eneida, hasta las lecturas sociológicas sobre el tema que se hallan en las investigaciones del estudioso Joseph Campbell - lo cierto es que cualquier lectura al respecto, siendo totalmente válida, toma un puesto secundario frente al fuerte impacto que la historia tiene como melodrama existencial y aún más básicamente, como relato de aventuras.

La trama es sencilla como pocas: un grupo de conejos decide dejar la madriguera a la que pertenecen empujados por las visiones de destrucción que uno de ellos (Fiver, voz de Richard Briers) tiene en forma de ataques de pavor. El hermano de Fiver, Hazel (John Hurt) decide llevar la advertencia hasta el líder de la madriguera (la inimitable voz de Sir Ralph Richardson haciendo un breve cameo), pero su alegato es desestimado. Esto da pie a que un grupo de creyentes, liderados por estos dos personajes y al que se les suma luego Bigwig (Michael Graham Cox), miembro del cuerpo policial de la madriguera, decida abandonar el lugar y buscar locaciones y actitudes más benignas para instaurar una nueva madriguera. Lo que sigue es una crónica del viaje hasta ese nuevo paraíso, un recorrido no exento de amargura y terribles pruebas de entereza que hacen del libro algo más que una simple fábula para niños. De hecho, tanto novela como película, poseen una madurez temática y expositiva que puede crear sentimientos encontrados en los adultos ante los temas que tocan y el planteo para nada sentimental de sus anécdotas, además de algún mal sueño en los menores, con imágenes que no rehuyen a una violencia cruda y en ocasiones, hasta sangrienta.

Watership Down es una obra que no intenta esconder en absoluto la adultez de su enfoque. Los cambios aplicados en su traspaso desde la página a la pantalla dejaron buena parte de la complejidad temática del libro despojada de sus riquezas literarias – en la forma de una completa mitología del mundo de los conejos y la abundancia de detalles en los episodios que constituyen el hilo narrativo de la historia (y que hacían del libro un tomo más bien voluminoso) – pero también deja al guión libre de farragosidades arguméntales. Esto implica que la película de Rosen es mucho más liviana que el libro en tanto que recupera sólo el esqueleto de la novela - lo que hasta cierto punto, es cierto – no obstante, el trabajo de adaptación es lo suficientemente inteligente para recuperar con gran efectividad el tono y los temas del texto y aplicarlos tanto al guión como a los aspectos visuales del film. El resultado es lo que toda adaptación para cine debería ser: una reelaboración de una fuente original en términos puramente cinematográficos y no la mera traslación, palabra a palabra, de un texto determinado.

Lo que perdemos en profundidad literaria, lo ganamos en ritmo y claridad expositiva. Los únicos medianamente afectados por la traslación son los personajes secundarios, que no pasan de ser meras pinceladas de personalidades, en oposición a los protagonistas que, sin ser demasiado profundos tampoco, al menos si dejan una impresión. En todo caso, la animación naturalista y los fondos de tonos acuarelas que la película usa para presentarnos este mundo están diseñados con los distintivos atributos de un realismo sin concesiones- casi espartano en su falta de adornos - y, en ese aspecto, los personajes y sus caracterizaciones resultan muy adecuados para el conjunto. Es muy significativo que, en todo momento, haya un cuidadoso respeto a mantener las figuras animales como lo que son, manteniendo la humanización de sus diseños en un mínimo estrictamente necesario para hacerlos funcionar como personajes. Lo mismo puede decirse de su ambientación, marcada por una paleta cromática oscura y en absoluto preciosista que - salvo uno o dos momentos subjetivos (especialmente destacable aquí la famosa secuencia de Hazel delirando en su agonia, ejecutada a ritmo del Bright Eyes de Art Garfunkel) - refuerzan la idea de un naturalismo sin romanticismos ni vacíos ejercicios estéticos. Un marcado compromiso de alejarse por completo a lo que Disney venía presentando hasta entonces y que, al mismo tiempo, rescata lo mejor del libro.

El tono de la historia es de un urgente vitalismo – cada recodo del camino guarda tantas maravillas como miserias - y la visión de sus protagonistas, aunque está llena de expectativas y esperanzas en un principio, pronto dará lugar a recelos y cuestionamientos cuando las cosas comienzan a ir mal. El viaje hasta el casi inalcanzable Watership Down es uno de iniciación – de ahí, sus lecturas míticas – y supervivencia en entornos hostiles y desconocidos. Está rebosante de episodios que van dando forma a los caracteres de los protagonistas (con Hazel como claro ejemplo, de prófugo incierto a líder del grupo) y desde la temprana muerte de un miembro de la banda de emigrantes – repentina y carente de cualquier atisbo de sentimentalismos posteriores – hasta los depresivos episodios que transcurren en la madriguera dominada por el coronel Woundwort (Harry Andrews) - un régimen fascista de improntas violentas y totalitarias – las aventuras de nuestros diminutos héroes constituyen, efectivamente, una odisea existencial que dejará profundas marcas en sus vidas.

Para el espectador se trata de una alegoría, quizás demasiado humana, de nuestras propias flaquezas. El relato se vuelve progresivamente oscuro y desesperado y es prueba de su callada fuerza dramática el que en ningún momento estemos seguros del destino final de nuestros héroes, ni siquiera cuando las cosas parecen ir bien para ellos. Cuando eventualmente algunos caen, les lloramos y el patetismo de su situación, nos conmueve. Cuando triunfan, nos exalta la alegría. El máximo logro de la película está en su secuencia final, demasiado hermosa como para reducirla a palabras y que pone una nota bíblica/mitológica de cierre difícilmente confundible con el romanticismo prefabricado de la Disney.

Es quizás el alto grado de identificación con los personajes y sus tribulaciones donde reside la mayor efectividad de esta película, pequeña en pretensiones, pero grande en la revelaciones acerca de nuestra mudable naturaleza, tan lista a entregarse a la persecución del bien como a la perpetuación del mal. Y lo más sorprendente es que la película alude a todo esto sin nunca detener el ímpetu narrativo para entregarse a declamaciones airadas ni hacer tampoco alardes de virtuosismo artístico. Watership Down intenta comunicar verdades eternas con humildad de cuerpo y espíritu. No es una obra perfecta, pero es profundamente entrañable en su capacidad para resultar conmovedora, sin nunca traicionar el ascetismo emocional de su postura. Una película admirable.