15 de septiembre de 2008



Titus
Dirigida por Julie Taymor





Siguiendo la estela de anteriores adaptaciones shakesperianas sacadas de su entorno histórico y modernizadas en su puesta en escena – Richard III (1995) de Richard Loncraine, Hamlet (1996) de Kenneth Branagh, Romeo + Juliet (1996) de Baz Luhrmann – esta producción de Julie Taymor se distingue entre ellas por ser, con perdón de Branagh, la más interesante, además de representar uno de los debuts cinematográficos más impresionantes de fines del siglo pasado. Como en aquellos otros films, Taymor a respetado el verbo shakesperiano y la estructura general de la obra, pero ha renunciado a presentarla de la manera clásica eligiendo trasponer los sucesos – en este caso, ocurridos durante la decadencia del Imperio Romano – con una puesta en escena que, respetando la esencia de la ambientación, también se permite el uso de elementos anacrónicos para crear un proscenio decididamente postmoderno y de gran estilización. Así, yelmos, espadas y armaduras se mezclan con motocicletas y ametralladoras; jóvenes guerreros godos se divierten con juegos de video, mientras música rock aturde los oidos; modernos edificios se mezclan con locaciones reales de ruinas romanas como escenarios de la acción y los actores lucen un vestuario de lo más ecléctico tanto en materiales como influencias, etc.

El experimento francamente podría caer en el más desvergonzado ridículo (en algún momento, casi lo hace), pero Taymor posee un control indiscutible de sus opciones estilísticas y un pulso firme para implementarlas. Titus es realmente un film muy inteligente en su puesta en escena, donde cada opción de vestuario, atrezzo y decorados devela algo de los personajes, las situaciones que experimentan o la época que les ha tocado vivir. Está muy claro que Taymor, con una gran experiencia en montajes teatrales a su espalda, posee un talento innato para la composición visual y una visión de conjunto que no deja nada al azar.

Como obra, Titus es una de las más violentas salidas de la pluma del bardo ingles (también es una de las primeras, hecho que muchos estudiosos han aprovechado para descalificarla con respecto al resto de su obra) y por mucho tiempo cayó en una cierta desgracia debido a sus patentes excesos de sadística violencia y las crueles opciones de sus protagonistas, a pesar de haber sido altamente apreciada en la Inglaterra Isabelina. Esto cambió un poco a mediados de los años ´50, cuando Laurence Olivier protagonizó una puesta en escena teatral que devolvió a Titus a la arena shakesperiana y a la conciencia de una sociedad que, ya experimentadas dos guerras mundiales, estaba más preparada para aceptar (y no escandalizarse) por el despliegue de atrocidades de la obra, que van desde decapitaciones y amputaciones varias, pasando por cuellos degollados y muertes a espada, para terminar en canibalismo. Un panorama truculento difícilmente reconciliable con la idea más amable que normalmente tenemos de Shakespeare (si bien, la violencia y los actos de sangre nunca ha sido ajenos a la obra del bardo).

La película abre con el general romano Titus Andronicus, que vuelve victorioso de la guerra contra los Godos. Entre los trofeos de guerra que trae consigo como ofrendas al Emperador están la Reina Tamora y sus tres hijos. Nada más llegar a Roma, Titus decide sacrificar al hijo mayor de Tamora como una manera de agradecer a los dioses por los buenos resultados de su campaña militar y, sobre todo, vengar la muerte de 21 de sus 26 hijos. A pesar de los patéticos ruegos de la reina, el sacrificio es llevado a cabo y con ello, Titus pone en marcha una sucesión de actos que no sólo terminará destruyendo a su familia y a sí mismo, también dejará en la incertidumbre el futuro político de Roma.

Aunque recibido como héroe, Titus encuentra Roma sumida en una crisis política, con dos hermanos disputándose los favores del pueblo y el Senado, para acceder al trono. Más tarde, en una ceremonia en su honor y contra todo sano juicio, Titus decide apoyar al ambicioso Saturninus como nuevo emperador, renunciado él mismo al cargo en el proceso. Cuando Saturninus pide en matrimonio a la hija del general, Lavinia, y ella lo rechaza, el destino de la familia Andronicus estará subitamente condenado. Con Lavinia desposada con el hermano y rival político de Saturninus, Tamora toma su lugar como nueva emperatriz. La hora de su venganza contra Titus, planeada en contubernio con su amante moro Aarón y sus hijos Chiron y Demetrius, no se hará tardar. Como toda obra shakesperiana que se precie, se sucede una gran cantidad de intrigas, revelaciones, traiciones, perdones y epifanías varias que van enriqueciendo progresivamente la historia hasta crear un tapiz de gran complejidad emocional y psicológica.

Taymor respeta a cabalidad el texto y éste se declama, como es de esperarse, con los típicos ritmos del lenguaje shakesperiano. Como bien sabemos, Shakespeare no se cortaba a la hora de embellecer los discursos y como resultado, estamos ante una cantidad casi mareante de texto. Es importantísimo estar muy atento para no perder detalle (la película posee un ritmo asombroso a pesar de la farragosa verborrea) especialmente si no se tiene familiaridad de antemano con la obra y sus pormenores. No culpo a quienes rehuyen de Shakespereare. El tipo es indiscutiblemente un genio, pero requiere afán de compromiso. Necesariamente, la atención del espectador debe ser total para no perder las sutilezas de su poética prosa (y por extensión, los detalles de sus argumentos). Es un ejercicio intelectual que generalmente termina agotando (tan acostumbrados nosotros a lo prosaico de nuestros discursos modernos) y a la larga, sienta mal al público con déficit de atención. No, no estoy entre ellos, pero confieso que tuve que revisar la película una segunda vez para apreciar del todo los diálogos. Y qué diálogos. Una cosa es leer Shakespeare a tu propio antojo y otra, muy distinta, seguir el ritmo y el sentido de las palabras al tiempo que son declamadas. Escuchar a Hopkins declamar frases como: "Why, foolish Lucius, dost thou not perceive/ that Rome is but a wilderness of tigers? Tigers must prey, and Rome affords no prey but me and mine!" es puro extasis nirvánico, tomando en cuenta la exquisita convicción del actor al pronunciarlas. La película está llenas de joyas de ese tipo (las declamaciones de Aarón son especialmente complejas y significativas) a tal punto que es desconcertante que los estudiosos de Shakespeare no tengan en mayor estima esta obra.

Es aquí donde el desempeño de los actores debe brillar para subsanar el meritorio escollo y no perder la atención del respetable. Taymor a hecho unas tremendas selecciones de casting, dándole los roles protagónicos a Anthony Hopkins y Jessica Lange, quienes rodeados de un elenco por lo demás dotado para el desafío, logran aportar al relato una fascinante colección de tipos humanos. Harry Lennix, más conocido por su participación en las secuelas de Matrix, deja una profunda impresión como Aarón, el maquiavélico amante de Tamora. Igualmente Colm Feore (el villano de Chronicles of Riddick) está estupendo como el atormentado hermano de Titus y Alan Cummings (famoso desde su trabajo en la reposición del musical Cabaret y su papel de Nightcrawler en X Men 2) bordea, de buena manera, el camp como el recién nombrado emperador Saturninus. Estos nombres destacan, pero, sin duda, todo el apartado interpretativo es sobresaliente, en un reparto de muy atinadas composiciones.

Por supuesto, Hopkins está impecable en su retrato de Titus, un hombre llevado a extremos demenciales por el dolor causado a su familia y la humillación de sus desgracias. El personaje se mueve por una delicada línea entre lo patético y lo imperdonable de sus errores de juicio (sin mencionar, el terrible precio que decide cobrarse por sus aflicciones). Hopkins hace un trabajo que a ratos es realmente excepcional (el momento en que, echado sobre un camino de piedra, ruega inútilmente a los nobles romanos por la vida de sus hijos es desolador) y muy contenido, si bien el último y desatado acto de la película le permite algunos bienvenidos histrionismos. Aunque, sin duda, la gran revelación de la película es Jessica Lange. No por que no le considere una gran actriz, si no por las escasas oportunidades que ha tenido esta mujer magnífica de demostrar su verdadera valía interpretativa. Es imposible no ver como Lange se regocija interiormente de esta oportunidad y da todo de sí en la composición de una mujer absolutamente despiadada en la consecución de su venganza. Tamora es un tremendo personaje y como todo gran villano shakesperiano está siempre muy cerca de caer, en manos de talentos menos fraguados, en la grandilocuencia, cuando no en la caricatura, debido a la extrema fuerza de sus ambiciones y apetitos. Lange sabe bien esto y su caracterización es apropiadamente malsana y maligna, pero siempre debidamente humana. Aunque sea esta una humanidad desfigurada por el odio de una madre herida. He aquí, en verdad, una loba defendiendo a sus cachorros. Sus actos son acordes a su naturaleza, nada más.

Visualmente la película es magistral, un deleite de principio a fin. Apoyada en el estupendo trabajo fotográfico de Luciano Tovoli (antiguo colaborador de Michelangelo Antonioni y Darío Argento) y el diseño de producción del legendario Dante Ferreti, la película es un festín estético donde el dominio del arte escénico de Taymor brilla con particular maestría. En ningún caso se puede confundir esta puesta en escena con una visión naturalista de la obra, ya lo hemos dicho. Desde la primera secuencia – donde los títulos de crédito aparecen sobreimpuestos sobre los movimientos marciales, extrañamente mecánicos, de unos enlodados soldados romanos - hasta la perturbadora imagen de Lavinia (la desgraciada hija de Titus) con las manos amputadas, reemplazadas por ramas secas, y escupiendo sangre por la boca herida – la puesta en escena es enfebrecidamente estilizada, pero nunca gratuitamente. Cada opción – ya sea en la composición del plano, la elección de colores e iluminación, el uso de viñetas visuales generadas por computador, la presencia de ciertas arquitecturas, etc. – está cuidadosamente seleccionada. Y aun si la película puede resultar recargada para ciertas sensibilidades (indudablemente lo será a los puristas) y no siempre se esté de acuerdo con las decisiones creativas de la directora, no se puede decir en ningún caso que sus opciones estéticas sean antojadizas.

Debido a lo extremo de su estilización y a lo poco conocido de la obra, el film está destinado a ser continuo (re)descubrimiento de apetitos iconoclastas. Casi, pero no del todo, una película de culto. La presencia del consagrado Hopkins y la fama de Taymor como creadora del musical El Rey Leon, basado en la cinta de Disney, aportaron suficiente prestigio como para que la película fuera muy reconocida en su momento por la crítica especializada, pero no evitó que las butacas siguieran vacías. Un panorama que difícilmente podríamos considerar sorprendente. Titus no es, después de todo, una película para cualquier público (detesto sonar pedante, pero así es). No es un relato adecuado ni para los débiles de estomago – sin regocijarse en el gore, Taymor tampoco teme teñir la pantalla de rojo cuando es necesario – ni para los poco pacientes con la declamación shakesperiana o los puristas de las obras del ingles. Con todo, es una película tan interesante en la conjunción de sus elementos dramáticos con lo portentoso de su puesta en escena, que deviene un experimento formal fascinante y extremadamente revisitable.

Sobre el final, prácticamente todos los personajes han muerto y la desolación de la violencia y la sangre ha arrasado con todo, lo que no es ninguna sorpresa en una obra de Shakespeare. Pero Taymor decide terminar con una nota un poco más positiva y el plano final es para el último miembro de la familia Andronicus, el unico que no ha sucumbido a la fiebre de sangre, llevando en sus brazos al hijo de Tamora y Aarón, el único inocente ajeno a toda la tragedia, caminando hacia el sol naciente de un nuevo día. El plano es largo, sostenido, y las implicaciones nos son obvias. Las nuevas generaciones caminan hacia el futuro, arropados en su doliente sabiduría. Tal vez ese futuro parezca incierto, y por supuesto que está en ellos no repetir los errores del pasado, pero las posibilidades son fulgurantes en su esplendor. Con este último plano, Taymor transforma una propuesta teatral en una totalmente cinematográfica, dimensionando lo que hemos visto con una mirada profundamente humana. Muchas veces podemos traicionar nuestras naturalezas y terminar siendo monstruos los unos para los otros, pero la esperanza siempre está ahi.

Francamente, ojalá hubiera más propuestas como las de Taymor y su Titus.