17 de febrero de 2009


The Curious Case Of Benjamin Button
Dirigida por David Fincher










He de ser sincero. A Fincher lo prefiero tenebrista, irónico y escéptico con respecto a la raza humana. Desde que le descubrí en la malograda versión para cine de Alien3 hasta esas literales bombas de relojería que son The Game y Fight Club, e incluso en una obra menor como Panic Room, la capacidad de Fincher para dotar de peso existencial a sus historias y convertirlas mediante ese peso en potentes alegorías o ensayos sobre nuestra falibilidad como especie y como entes sociales, no ha dejado nunca de sorprenderme. La oscuridad que se apodera de sus películas, literal y simbólica, y la marcada sensibilidad estilística de Fincher son tremendas aliadas ante las cuales no queda más que rendirse. Con la angustia y el desespero como alimento propicio para los fuegos infernales que se desprenden de sus mejores obras, como la aún imperfecta, pero muy mejorada versión de Alien3 que Fox tuvo a bien editar hace unos años y por supuesto en su triunvirato de obras magnas - Seven, Fight Club y Zodiac - Fincher se ha alzado como uno de los estetas de lo oscuro más sublimes y coherentes que la industria norteamericana haya podido dar.

Por eso me descolocó un poco que su siguiente producción navegara aguas, en apariencia, tan disímiles a sus acostumbradas exploraciones tenebristas. Benjamín Button es por sobre cualquier cosa una fábula, si no enteramente optimista, sí poseedora de un hálito de vitalidad que hace llevaderos para los personajes y para nosotros el peso de sus momentos más amargos. Y dentro de ese concepto, las destrezas definitorias de este hombre como cineasta parecen estar fuera de lugar en un ambiente tan "de salón", si se quiere. En lo estético, poco es lo que se puede objetar a esta película – Fincher siempre ha sido un visualista de cuidado y casi un energúmeno en su búsqueda de la perfección - pero su consciente tono de romance agridulce y el aliento épico de la narración (sí, épico, si bien una épica intimista, del alma) parecen muy alejados de su característico universo creativo. En gran medida, para los fans de su cine, así nos parece en un primer contacto. No obstante, esa categoría de gran creador que Fincher se ha ganado a pulso desde sus primeros días como director de video clips disminuye, si bien no extingue del todo, nuestra aprehensión al respecto. Debido a esto, la inusual confesión existencial de Button se convierte, en manos del cineasta, en una variante light de sus obsesiones temáticas - una más luminosa por cierto – que no deja de poseer elementos de coherencia con el resto de su filmografía (fotografía, puesta en escena y diseño de producción magníficamente bien utilizados) aunque el romanticismo desatado de la película hace bastante para que, increíblemente, pasen casi desapercibidos.

Con todo, también es cierto que estamos ante una variante con muchos visos de ser una calculada fuga en busca de un reconocimiento artístico y ante tal panorama, el brillo emocional que desprenden las imágenes de Benjamín Button parecerá a algunos una cínica movida comercial en busca de la dorada estatuilla. La apuesta (cínica o no) parece haber dado sus resultados. Es un panorama similar al de James Cameron y su Titanic, una década atrás. En ambos casos, cineastas de género intentan desplegar su talento sin red de seguridad. En ambos casos, se apuesta por una superproducción de lujosos medios y en ambas ocasiones lo espectacular de la ambientación está contrastado por la introspección personal de los personajes. Es sintomático, entonces, que ambas parezcan tener los mismos puntos fuertes y débiles como cine. Es de esperar que el trabajo de Fincher, a diferencia del sobre valorado mamotreto de Cameron, envejezca (disculpen el chiste malo) con mayor gracia y sentido de la dignidad. De momento, tenemos un film sensiblemente hermoso y a ratos ampliamente resonante en sus reflexiones, retrueques emocionales y ecos narrativos (el subplot de Elizabeth Abott, ex amante de Benjamín, que cumple su sueño de cruzar el Canal de la Mancha ya anciana, es quizás el más conseguido; irónicamente, es el que menos tiempo consume dentro de la película). A pesar de sus aciertos (que no son pocos), Benjamín Button es también, en muchos sentidos, una película que está muy cerca, en más de un momento, de malograr su pretensión de entregar grandes reflexiones sobre la condición humana. Es una película muy sentida y románticamente elaborada, pero – a excepción de algún pasaje muy específico - escasamente profunda en lo existencial.

De no ser por los retratos centrales aportados por Brad Pitt y la siempre estupenda Cate Blanchett – apoyados en un trabajo artístico de maquillaje y trucaje CGI muy inspirado, típico del sentido de perfección que Fincher siempre busca – la cinta se volvería insípidamente pretenciosa con alarmante rapidez. La película llega a ser indulgente en su extensión – aunque nunca aburrida, casi tres horas de proyección es excesivo para una anécdota aparentemente compleja en lo expositivo, pero en el fondo muy simple – y con una acumulación de anécdotas de adorno que, a momentos, apenas merecen el interés de la platea. Dicho esto, sin embargo, hay que reconocer que, como en toda narrativa grandilocuente (no uso el término en sentido peyorativo), hay episodios que siendo innecesarios a la trama central – el romance desencontrado entre Benjamín y la esquiva Daisy es aquí el centro gravitatorio – están tratados con gran acierto narrativo (el bellísimo prologo del hombre que crea un reloj cuyo tiempo retrocede en la esperanza de que le devuelva a su hijo muerto en la guerra, el bienvenido gag del hombre tocado por siete rayos, el romance de Benjamín con Elizabeth en Rusia) y otros con un consumado sentido de la belleza plástica (los viajes marítimos en compañía del capitán Mike, el atardecer que Benjamín contempla con su padre anciano, la danza de Daisy en la glorieta, recortada su silueta en la oscuridad) que hablan mucho y bien de la calidad de Fincher como cineasta. Momentos todos que demuestran lo grande que es como orquestador de imágenes, a la vez que devienen viñetas ricas en lecturas y resonancias poéticas. El que muchos de ellos no tengan nada que ver con el romance que es foco de atención del relato – y que hace de la estructura de esta película un constante deja vu con respecto a Forrest Gump – no quita que sean momentos aislados de gran aliento.

Tal vez lo que separa a ambas producciones (y lo que da a Button superioridad sobre Gump) está en que mientras Robert Zemeckis buscaba constantemente en su película el momento histórico adecuado como blanco a su sentido de lo irónico, aquí Fincher da rienda suelta a un lirismo abocado a evocar el estilo narrativo de Scott Fitzgerald (la combinación de sensibilidades funciona sorprendentemente bien) antes que hacer de Benjamín un sucedáneo, arropado por los tiempos del jazz, de su incómodo primo cinematográfico. ¿Estamos ante un Fincher más amable? Se puede estar de acuerdo con eso. ¿Es un Fincher exclusivamente dedicado a complacer a la platea? Una mirada somera parecería indicar que así es – la presencia de Eric Roth como guionista, canalizando el espíritu de Forrest Gump hace temer lo peor – pero Fincher sabe cuando reprimirse de caer en lo excesivamente sensiblero o lo banalmente comercial y su firma de autor aún se ve en excelente forma a lo largo del metraje y en las distintas peripecias vividas por el protagonista.

Por otra parte, mucho se ha hablado de Benjamín Button como una adaptación del escritor F. Scott Fitzgerald. Lo cierto es que la película rescata poco más que la anécdota del bebe nacido anciano y el nombre del protagonista del cuento original para pasarse a inventar sobre la marcha el resto del relato para el cine. Algo que no debe extrañarnos dado lo breve del texto (apenas un puñado de páginas). Siendo esto verdad, voces más enteradas que la mía hablan a favor de Roth y Fincher, quienes - en su extenso recorrido por la vida de Button - aparentemente sí recuperan de acertada manera el universo caracterológico y emocional del literato norteamericano. En su calidad de casi pura invención, el guión por lo menos se mantiene en la vereda del respeto de esencia y espíritu hacia Fitzgerald, lo que francamente es de agradecer.

Más allá de sus logros y ripios, hay un definitivo halago que se le puede hacer a esta película y es que nos permite descubrir un nuevo registro – e insospechadas pulsiones dramáticas – en un cineasta que, hay que reconocerlo, ya daba muestras en su anterior película de querer expandir las dimensiones de su universo creativo. Zodiac, en este sentido, fue un poderoso llamado de atención para todos los cinéfilos que seguían sus películas con atención. Dada las características de este nuevo trabajo, no queda duda que aquel notable filme buscaba, en su estructura y presentación, darnos un aviso de lo que se avecinaba. No deja de ser significativo que el director escogiera un tema tan “suyo” – la figura legendaria del asesino Zodiac – y nos lo entregara bajo un empaque del todo insospechado: centrándose en los detalles de la investigación y la vida de los investigadores por sobre la curiosidad morbosa que sentimos por el asesino. El resultado era una película no carente de unas buenas cuotas de oscuridad, si bien canalizadas con la intención de resaltar en todo momento la humanidad de sus protagonistas. Bajo esa nueva luz de intenciones humanistas, Benjamín Button es un triunfo especialmente significativo y determinante para el futuro creativo de este director. Fincher se la ha puesto difícil. De aquí en adelante, el respetable pedirá de él historias cada vez más exigentes y artísticamente logradas.

Aunque la consagración de Fincher ante el público masivo con este Benjamín Button es una recompensa largamente merecida para el director, eso no evita a sus fans de toda la vida sentir una punzada de insatisfacción ante lo que parece ser el fin del período más decididamente interesante en la filmografía de un hombre de cine, a esta altura, fundamental en el panorama contemporáneo. Como la propia vida de Button, la nueva dimensión de Fincher como cineasta es, para el cinéfilo atento, una agridulce constatación de necesaria evolución hacia un fin determinado. Con esta película hemos perdido un cineasta de soterrada brillantez para ganar un consumado director de prestigio. El tiempo dirá si ha sido para bien.